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Desde los balcones de la fachada trasera veíase todo el valle, que no era muy extenso, y también se divisaba como á media legua de distancia un grupo grande de casas que era la villa de Vegalora. Entre la Segada y la villa corría bullicioso y límpido el río, el cual tomaba y dejaba á su talante la parte del valle que mejor le convenía para su cauce.

Esta casa grande y parda y las casuchas más pardas aún que yacían á su alrededor, semejaban de lejos á una gallina pastando con sus hijuelos en el campo. Alzábase el pueblo de la Segada en el fondo del valle y ocupaba el ángulo formado por un riachuelo que venía de las montañas cercanas á desembocar en el Lora. Distaría del primero unas cien varas, y de éste unas trescientas.

Los vecinos de Vegalora y la Segada, en el espacio de cuarenta ó cincuenta años, habían visto correr el río por casi toda la superficie del valle. Á pesar de esto, al poco tiempo de haber dejado el agua un sitio cualquiera, ya brotaba allí una vegetación briosa, y el valle continuaba siempre pintoresco y regocijado como pocos.

Colocado á la puerta, sin avanzar un paso y sonriendo campechanamente, comenzó á hacer reverencias mundanas, diciendo al mismo tiempo: ¡Conque al fin no se nos han perdido por allá! ¡Conque al fin estos despegados señores se acuerdan de que hay un rincón en el mundo que se llama la Segada! ¡Conque al fin todavía los lugareños valemos algo para los cortesanos!

La claridad de la luna prestaba fosforescencia á la espuma de sus remolinos. Un poco más lejos se extendía límpido y tranquilo en un remanso dilatado que sombreaban por ambos bordes dos filas de espesos avellanos. Después que hubo pasado el puente, entró por el estrecho y sombrío camino que le separaba de las casas de la Segada y del palacio condal.

De tomar esta resolución Enrique IV, inquieto como estaba con el triunfo conseguido por los turcos contra el Emperador y dado á discurrir si era llegado el caso de la unión de los Príncipes cristianos contra el enemigo común, quedaba segada en flor la idea primordial de la triple alianza contra España; anulada la sucesión de los proyectos belicosos.

Al penetrar los tres varones en el comedor, el conde y Octavio se levantaron: el cura permaneció sentado lo mismo que las mujeres. ¡Oh, señores, qué pronto se han tomado ustedes la molestia de venir! Señor conde dijo D. Marcelino, estábamos impacientes por saber cómo habían llegado ustedes á la Segada.

Pensó en el cura de la Segada y en la influencia poderosa que ejercía al parecer sobre el conde. Pensó en que como hombre sagaz y de mucho ingenio pudiera tal vez hallar algún recurso ó excogitar algún medio de conjurar la tormenta. Después de todo, en su calidad de ministro de Dios, estaba en el deber de hacer cuanto le fuera posible para evitar la consumación de un crimen.

Su ambición, segada por el sufrimiento, rebrotaba ahora con savia más fuerte. Consideró que Dios no le había llamado porque le reservaba para algún servicio insigne en la tierra. Acababa de pasar por la primera prueba de las vidas predestinadas. Recordó la biografía de los héroes. El comienzo de la fortuna orilló casi siempre los despeñaderos.