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También crecían en el jardín varias plantas de reseda y heliotropo, y una muchedumbre de perlas de Oriente y rosales de malmaisson, que debían igualmente su existencia á sus desvelos. Otro tanto había sucedido con la lectura. Octavio había principiado por leer los tomos desvencijados y grasientos que su madre guardaba en el armario de la ropa blanca.

Más bien sería una de esas ideas poéticas, que brotan espontáneas, aun en los corazones más duros y crueles del pueblo español, como una planta de resedá florece espontáneamente en Andalucía entre los cantos y la cal de un balcón. A una señal del presidente, sonaron otra vez los clarines. Hubo un rato de tregua en aquella lucha encarnizada y todo volvió a quedar en silencio.

Eran pequeñas como el resedá; pero como el resedá tenían la seducción de un aroma que se anuncia desde lejos, pues al sentirles los pasos se alegraba uno, y su proximidad era aspirada con delicia.

Entre los jazmines reales, que abrazándose a una columna ostentaban sus mil florecillas llenas del perfume más grato a los enamorados; entre los naranjos de la China, graciosas miniaturas del naranjo común; entre los rosales de la tierra y esos claveles indígenas, cuya imperial hermosura no ha logrado eclipsar ninguna de las elegantes flores modernas; entre los tiestos de reseda, de mejorana, de albahaca y de sándalo, saltaban los chorros de una fuente habladora, con cuyo monólogo se concertaba el canto de algunos pájaros prisioneros en doradas jaulas.

Así que el batir de la puerta hubo anunciado a Lucía que estaba sola del todo, y que sus ojos se fijaron en la habitación desconocida, mal alumbrada por las bujías, desvaneciósele la especie de mareo del viaje; recordó su cuartico de León, sencillo, pero primoroso como una taza de plata, con su pila, sus santos, sus matas de reseda, su costurero y su armario de cedro, monumental y atestado de ropa limpia.

Se aplaudió muchísimo; las señoras se conmovieron y agitaron los pañuelos con entusiasmo, esparciendo por el ambiente caldeado mil perfumes de opoponax, fleur d'Italie, reseda, etc. Era una leyenda altamente patética. No me sorprendió nada que se hubieran impresionado vivamente.

Los ojos lacrimosos de su hermana se elevaban al mismo tiempo que los suyos hacia el cadáver crucificado. «¡Señor, salva á mi hijo!...» Doña Luisa, al decir esto, veía á Julio tal como se lo había mostrado su esposo en una fotografía pálida recibida de las trincheras, con kepis y capote, las piernas oprimidas por unas bandas de paño, un fusil en la diestra y el rostro ensombrecido por una barba naciente. «¡Señor, protégenos!...» Y doña Elena contemplaba á su vez un grupo de oficiales con casco y uniforme verde reseda partido por las manchas de cuero del revólver, los gemelos, el portamapas y el cinturón, del que pendía el sable.

Ella no dice nada, y yo tampoco. El silencio se hace abrumador. Cruje el casquijo, zumban los insectos en las espíreas; pero, por lo demás, ningún ruido. Ella se ha colgado confiadamente de mi brazo, y me obliga a detenerme a cada momento, cuando se inclina para arrancar una hierba o coger una brizna de reseda, con la que se acaricia la punta de la nariz, para tirarla en seguida.