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¡Es un ángel! contestó el párroco de Ville d'Avray. El señor de Avrigny alzó a su vez la cabeza y preguntó: ¿A qué hora se le administrará la extremaunción? A las cinco de la tarde. Magdalena quiere que a esta última ceremonia pueda asistir Antoñita. ¿Es decir, que mi hija sabe ya que va a morir?

El doctor, que al ver terminado el acceso nervioso del joven había vuelto a sentarse para quedar abstraído en sus tristes pensamientos, cuando aquél cesó de hablar se pasó la mano por la frente como queriendo apartar de la nube que el dolor interponía entre las ideas que ocupaban su mente y el mundo exterior, y repuso: Resumiendo: , Amaury, te vas a Alemania llevándote contigo a Magdalena; , Antoñita, te quedas en esta casa, en la que ella ha vivido; yo, me vuelvo a Ville d'Avray, en donde reposa su cuerpo.

» El domingo por la mañana respondió sin titubear Magdalena. »Me acordé, Antoñita, de que usted llegaba el lunes de Ville d'Avray y pensé en que no la vería antes de mi marcha. Te concedo el plazo de diez días para desempeñar tu comisión. En diez días puede hacerse mucho ¿no te parece?

»Estando ella y yo en Ville d'Avray cuando ella sólo contaba nueve años y yo doce concebimos un día un proyecto cuya sola idea nos llenaba de temor y regocijo. Nos proponíamos ir solos y de ocultis al otro lado del bosque, a casa de un floricultor de Glatigny en busca de un ramo para ofrecérselo al doctor en el día de su santo.

Lo mejor que podemos hacer es separarnos y seguir cada cual nuestro camino que respectivamente habrá de conducirnos a la vida y a la tumba. El doctor hizo aquí una breve pausa y luego prosiguió: Ahora voy a decir cómo pienso emplear los pocos días que me restan de existencia. Desde hoy viviré solo con José, mi criado más antiguo, en Ville d'Avray.

El señor de Avrigny no se había equivocado en sus presunciones: de Ville d'Avray a París, había aún poca distancia. «Me ruega usted, Antoñita, que la entere de todos los pormenores relativos a la convalecencia de Magdalena, y me explico su curiosidad: no le basta saber que está mejor, sino que quiere saber cómo ha recobrado la salud.

Vea usted por qué mi egoísmo aumenta hoy su pena haciendo gravitar sobre ella todo el peso de la que a me devora. »Antes de salir de París, sentí que no podía alejarme sin ir a despedirme de Magdalena; así, después de traspasar la barrera, he hecho que mi carruaje diese la vuelta a los bulevares exteriores y a las dos horas estaba yo en Ville d'Avray.

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Habrían transigido con ir al cementerio del Père Lachaise por tratarse de un paseo; pero no era cosa de ir hasta Ville d'Avray, con lo cual perdían un día entero, y un día tiene en París gran valor. Por eso, conforme a las previsiones del doctor, sólo tres o cuatro amigos muy adictos, entre ellos Felipe de Auvray, ocuparon el tercer coche del duelo.

Ahora soy completamente feliz con esta unión, y me iré muy tranquilo al otro mundo. Pero no tenemos tiempo que perder; por lo menos yo, no puedo tener más prisa. La boda se habrá de efectuar dentro de este mismo mes. Como yo no puedo ni quiero salir de Ville d'Avray enviaré poderes e instrucciones al conde de Mengis para que me represente.