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En esa tarjeta se hallaban juntos nuestros nombres, como en un parte nupcial; ¡estaba escrito! Tampoco entonces pensó con precisión que un día hubiéramos podido unirnos como estamos ahora; pero noté, , que nuestros nombres estaban en el mismo trozo de cartulina, que él era quien los había juntado, que me había llamado Su Gracia, y sentí que el corazón me latía con fuerza, con mucha fuerza...

Pepe examinó la cartulina, adornada con flores y amorcitos, que le presentaba el chico, y vio el letrero que traía hecho con los tipos más escojidos de la casa. Y esta Isabel, ¿quién es? La hija de mi amo. ¿La de las viruelas? , señor; pero no le ha quedao señal. Tié la cara que da gloria. ¿Y sabe tu amo?... Saberlo... no ; porque yo no he dicho esta boca es mía.

Queda, pues, bien justificada mi emoción al poner el primer donde le puse. El mismo corredor de las listas nos entregaba la víspera del baile una credencial de socio y tres billetes de convite, impresos en cartulina, con letras de oro, y rubricados por la comisión.

Poco cabe ahí dijo Julia mirando el pedazo de cartulina . ¿Sabusté lo que le digo? Póngala usted a la señorita que si no contesta se plantifica usted en su casa pa hablar con ella, y apuesto las orejas a que, por miedo, contesta. En fin, así sabrá usted si da lumbre, porque hasta hoy está usted como alma en pena.

Una especie de sarcófago elevábase entre estos adornos, y en él se leía en antigua letra española: «El Inquisidor Decano don Jaime FebrerEl pacífico mallorquín que al volver a su casa encontraba esta cartulina de visita debía sentir un espeluznamiento de terror.

Y echado sobre las almohadas, miraba pálido las dos tarjetas, que le sacaban la lengua sobre la mesa de noche, diciendo una: Rocchio, y la otra: Portas, y las letras negras de estos dos nombres bailaban sobre la cartulina, dándole mareos. Media hora después, vino la tarjeta número 3, y de la mano temblona de don Bernardino pasó al lugar de las otras.

Colocaba en los cajones los libros, después de sacudirles el polvo, por el orden señalado en el catálogo escrito por don Carlos. Vio un tomo en francés, forrado de cartulina amarilla; creyó que era una de aquellas novelas que su padre le prohibía leer y ya iba a dejar el libro cuando leyó en el lomo: Confesiones de San Agustín. ¿Qué hacía allí San Agustín?

Solamente el Himno Nacional tiene notas comparables a las que yo encontré en esta frase sencilla me pareció ver el sol dentro de aquel salón oscuro. ¡Traigo esta carta para Usía...; es de mi coronel! Rompió la cubierta, tomó la cartulina que contenía y luego de recorrerla, exclamó: ¡Diez años de servicio sin un arresto, y dos ascensos por acción de mérito!... ¿Qué es lo que desea, sargento?

En un picacho estaba el depósito y para ocultarlo veíase agrupado en torno del monte el caserío de cartón que fingía ser la ciudad de Belén, sobre cuyos minaretes de cartulina ondeaba la bandera española.

No se dio por convencido el caballero pobre, y guardando cuidadosamente la cartulina, se abrochó su gabán y trató de ponerse en pie; operación complicadísima que no pudo realizar, por la extraordinaria flojedad de sus piernas, no más gruesas que palillos de tambor.