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Actualizado: 27 de octubre de 2025


Cuando Julia deshacía las envolturas se deslizó una tarjeta que Oliverio vio caer y de la cual se apoderó rápidamente; después de darle dos o tres vueltas como si tratara de apreciar los detalles fisonómicos, por decir así, de aquella blanca cartulina, leyó en voz alta: El conde Alfredo de Nièvres.

Jenny Hawkins volvía á su casa, á las diez de la mañana, cargada de flores que acababa de comprar en el mercado de Covent-Garden, y su doncella le dijo al abrir la puerta: Un caballero espera en el salón á la señora. ¿Quién es? Aquí tiene la señora su tarjeta. Juana Hawkins cogió el cuadrado de cartulina y leyó: El conde Juan de Sorege.

El corazón quería salírsele del pecho al ver los bonitos caracteres que decían: El marqués viudo de Saldeoro. Largo rato estuvo perpleja, la cartulina en la mano, sin apartar los ojos del sortilegio que sin duda contenían las letras negras del nombre y las pequeñitas de las señas: Jorge Juan, 13.

El ejemplar en papel cartulina, artísticamente coloreado, $12.00. =Mapa-Carta de la Isla de Cuba.= Con el mar y las divisorias provinciales en color, papel cartulina, $8.50. El mismo, forrado en tela, barnizado, ribeteado, montado en cañas, $10.00. =Mapas para Escuelas y para Oficinas en General.= Proyectados por Colton y Cía., Publicados por D. Appleton y Cía.

Le causaba horror; mas por lo mismo volvió a mirar la aborrecida imagen, porque el odio tiene también sus embebecimientos. No bastaba destinar al fuego la cartulina. Era preciso descuartizar primero al reo. La marquesa rompió en menudos pedazos el retrato. ¡Cómo se reía entonces Beethoven! Su alegría era como la de Mephisto disfrazado de estudiante.

Habíase convertido, por gracia de los aires del Norte, en un varón ejemplar, modelo de rectitud y templanza. Su parecido con el Santo Patriarca antojósele a Rosalía más vivo que nunca; pero consideró aquella belleza rubia como la más sosa perfección del mundo. No le faltaba más que la vara de azucenas para pasar a figurar en la cartulina de los cromos de a peseta que se venden por las calles.

Lo enrollé alrededor del dedo herido; las señoras sujetáronlo con una hebra de seda, y sostenido de este modo por la cartulina, ya no era de temer que el dedo se doblara y la herida volviera a abrirse. Terminó, al fin, la cura, entre los gritos alborozados y los aplausos de todos los circunstantes, que me felicitaron por mis conocimientos quirúrgicos.

Ignacio Artegui, madame de Miranda, españoles declaró Artegui. Si el señor tuviese una tarjeta osó decir la hostelera. Artegui entregó el pedazo de cartulina, y la fondista se deshizo en cortesías y cumplimientos, cual si implorase perdón por aquella fórmula.

Palabra del Dia

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