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Con voz que parecía un suspiro, pronunció estas palabras, aflojando los músculos de la mano con que estrechaba la de su hermano: ¡Ni a ti tampoco! Y dejando caer la cabeza sobre el pecho, dejó de existir. ¡Extraña cosa!

Piafaron los suyos, encabritándose, castigóles él suavemente con la fusta, y aflojando de repente las bridas, los lanzó con la velocidad y el empuje de una flecha a través de la turba democrática, desapareciendo como un relámpago por la calle de Peligros.

Al mismo tiempo que Montaner hizo tan buena suerte contra Jorge, Rocafort, y Fernan Jiménez de Arenós juntaron la gente que estaba dividida en Pacía, Rodesto y Módico, y entraron por Thracia hacia el mar mayor, haciendo lo que siempre, pegando fuego á los lugares después de saqueados y de talar y abrasar los frutos de las campañas, cautivar, matar y jamas aflojando en su venganza.

Entonces no insisto replicó don Simón, aflojando su mano hasta soltar las de don Recaredo. Vaya usted en la inteligencia díjole éste con cierta sonrisilla y dando dos pasos atrás de que para hacer por usted cuanto me fuera posible, bastaban las cartas de sus amigos.

El Océano es el único maestro que en la vida enseña á amar y á perdonar! La María Rosario navegaba por el Pacífico con una marcha de ocho nudos, cuando de pronto en la noche del día primero de Agosto fué aflojando el viento, cesando á las pocas horas por completo.

La aldea d'Elven que atravesamos, aflojando un poco nuestra carrera, da una idea verdaderamente pasmosa de lo que podía ser una villa de la edad media. La forma de las casas, bajas y sombrías, no ha cambiado desde hace cinco siglos.

¡Quita, quita, adulador! dijo ella riendo. Ve aflojando el bolsillo, mamá dijo Venturita. ¡Lo ves! La pata de gallo de siempre exclamó iracundo el joven, volviendo la cabeza hacia su hermana, mientras ésta se reía maliciosamente sin levantar la suya del bastidor. Mucho has trabajado dijo Gonzalo en voz baja, sentándose al lado de su novia.

Volvió el ave a aletear a la par del alero, graznando agresiva, cuando abriendo la puerta del salón anunciaron: Doña Rebeca. Carmen imploró. Viene a buscarme; ¡no me dejes, por Dios, no me dejes! El de Luzmela había doblado la cabeza sobre el hombro de la niña, y sus brazos se iban aflojando en torno al cuerpo grácil de la criatura.

Suplía esta deficiencia pasajera apretando o aflojando los abrazos a su hija; y así se entendieron los dos tan guapamente. Por remate de la escena, que fue larga, logró decir con regular firmeza don Alejandro mientras enjugaba las lágrimas de Nieves con el pañuelo. ¡Ea, se acabó esto, canástoles!

El cual prosiguió, aflojando la cuerda: Es necesario, y urgente, muy urgente, aprovechar esas buenas tendencias, esa predisposición piadosa; que así la llamaré ahora, porque no es ocasión de explicar a usted los grados, caminos y descaminos de la gracia, materia delicadísima, peligrosa.... Decía que hay que aprovechar esas tendencias a la piedad y a la contemplación, que son en usted muy antiguas, pues ya vienen de la infancia, en beneficio de la virtud... y por medio de cosas santas.