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Para comenzar juzgó oportuno meter las manos en los bolsillos y plegar los labios con una sonrisilla irónica y protectora.

Se le escapó una sonrisilla y dijo con viveza: «¿Portería de ministerio?». No, hijo, no tanto... Español había de ser. Siempre picando alto y queriendo servir al Estado... Hablo de portería de casa particular.

Volvió a mirar a su marido, y notando en él una como sonrisilla de hombre de mundo, le dio un pellizco acompañado de estos conceptos, un tanto airados: «, la palabra de casamiento con reserva mental de no cumplirla, una burla, una estafa, una villanía. ¡Qué hombres!... Luego dicen... ¿Y esa tonta no te sacó los ojos cuando se vio chasqueada?... Si hubiera sido yo...».

A lo que el mozallón me respondió primero con una sonrisilla algo truhanesca, y después con estas palabras, dichas con el mayor sosiego: Pues me he risueltu... a que no. ¿Después de pensarlo bien? le pregunté. ¡Vaya! me contestó echando un poco atrás la cabeza y metiendo las puntas de sus manos en los bolsillos del pantalón.

Julián pasaba la revista con especial devoción, puesto que el patrón de Naya era el suyo mismo, el bienaventurado San Julián, que allí estaba en el altar mayor con su carita inocentona, su estática sonrisilla, su chupa y calzón corto, su paloma blanca en la diestra, y la siniestra delicadamente apoyada en la chorrera de la camisola.

Un tal Maravillas: algunas veces anda por aquí, para que crean las gentes que estudia en el gran libro de la naturaleza: es filósofo y ateo. ¡Jesús! , señora: un chico atroz. Ahora le trae al retortero la idea de publicar un periódico, y no acaba de publicarle. ¡Con qué sonrisilla nos mira!...

Los árboles seguían hablándose al oído, murmurando con todas las hojas; comentaban con irónica sonrisilla el lance de la guillotina, como decía Petra. «¡Qué hermosa noche! Pero ¿quién era ella para admirar la noche serena? ¿Qué tenía que ver toda aquella poesía melancólica de cielo y tierra con lo que le sucedía a ella?».

¡Ojalá respondió Nieves , que entonces, como estuve tentada a hacerlo, te lo hubiera confesado todo! ¿Luego es cierto? Si me prometes oírme sin enfadarte conmigo, ni con nadie dijo ella subrayando esta palabra con una sonrisilla algo forzada , yo te referiré el caso con todos sus pormenores, que no dejan de ser de importancia.

Entonces no insisto replicó don Simón, aflojando su mano hasta soltar las de don Recaredo. Vaya usted en la inteligencia díjole éste con cierta sonrisilla y dando dos pasos atrás de que para hacer por usted cuanto me fuera posible, bastaban las cartas de sus amigos.

A la Superiora se le escapó, sin poderlo remediar, una ligera sonrisilla; mas al punto volvió a poner cara de palo. Y la enana corrió hacia donde estaban las recogidas, y lo mismo que dijera a Sor Natividad se lo repitió a Fortunata, sin poner un freno a su ira: «¿Habrase visto diablura semejante?... ¿Qué te parece? ¡Estamos todas horripiladas!». Fortunata no dijo nada y se puso muy seria.