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Ahora se veía solo, completamente solo en este buque, que también parecía envejecer al llegar a la última parte de su viaje, encabritándose en mares obscuros y violentos después de haberse deslizado sobre azules y luminosas extensiones impregnadas de sol... La novela trasatlántica de Ojeda llegaba a su fin.

Piafaron los suyos, encabritándose, castigóles él suavemente con la fusta, y aflojando de repente las bridas, los lanzó con la velocidad y el empuje de una flecha a través de la turba democrática, desapareciendo como un relámpago por la calle de Peligros.

Se adivinaba la existencia de cavernas submarinas, gargantas y canalizos invisibles, en los cuales se retorcía furioso el Océano al perder su calma soñolienta, encabritándose con espumarajos de rabia, desplomándose sus cataratas gigantescas sobre los negros abismos.

Una maniobra del Goethe lo dejó a un lado, y entonces apareció visible de proa a popa, con su casco férreo pintado de verde, agudo y veloz, y el velamen de sus cinco mástiles, amplio, enorme: un bosque de hojas de lona con nervios de acero, que recogía la menor brisa, vibrando y encabritándose bajo su soplo. Algunos pasajeros que bajaban del puente transmitían las noticias del telegrafista.

Los cuadros más antiguos y borrosos representaban bergantines y fragatas con las velas rotas, encabritándose sobre las olas, flotando entre estas algún mástil roto: los más modernos eran vapores espantosamente ladeados por el empuje del mar, con la cubierta barrida por el agua.

El hombre que las acompañaba las libró del peligro agitando su bastón delante de los caballos, los cuales, espantados, se alzaron de manos, y encabritándose y manoteando estremecieron el landó y asustaron a su vez a Elisa.