Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 3 de mayo de 2025
La huérfana calló, y de sus ojos húmedos se desprendieron dos lágrimas que cayeron en las violetas como dos gotas de rocío. ¡Perdón! repetí, estrechando a la joven entre mis brazos, y atrayendo su gallarda cabeza. ¡Perdóname, Linilla! Y sobrecogida de espanto me apartó dulcemente. ¡Cómo no perdonarte!
Soy yo quien viene siempre á buscarte: no te dignas visitar mi casa. ¡Como soy pobre!... Al recordar esta protesta humilde, el príncipe no vaciló más. Y volviendo la espalda al Casino, empezó á subir las calles en pendiente hacia el límite fronterizo que separa Monte-Carlo de Beausoleil; calles que ostentan nombres primaverales: de las Rosas, de los Claveles, de las Violetas, de las Orquídeas.
Al Norte, el Océano golpea sus muros; al Sud, lagunas impracticables; al Oeste, rocas cortadas a pico; pero al Este... ¡ah! al Este, una bella pradera verde, atravesada por un riachuelo que serpentea y brilla al sol como una larga cinta plateada; y luego, las violetas y las clemátides que perfuman sus bordes, las palmeras de largas flechas y los almendros que dan sombra.
Una tarde, después de una escena de éstas, fuimos al jardín; Fernández y la señorita se quedaron con el niño en un merendero; Gabriela y yo nos perdimos, a lo largo de una calle de fresnos, en busca de violetas. La niña lloraba y no levantaba los ojos. No llore usted, Gabriela.... ¿Que no llore? murmuró enjugándose los ojos. ¡Cómo no he de llorar! Quiero a Pepillo con toda mi alma.
Paróse el rey ante Jacobo y le miró sonriendo con cierta chusca malicia. ¿Qué tal, Sabadell?... ¿Y su amigo de usted, Martínez?... Me han dicho que le gustan mucho las violetas... Dígale usted que en la Casa de Campo las hay muy tempranas... Por allí iré yo el jueves, a las cuatro... Y sin añadir una palabra más volvióle la espalda.
Todo está silencioso; los troncos se yerguen desnudos, negruzcos, con manchas de líquenes verdosos; las violetas crecen, moradas y olorosas, entre el césped. No es mucho lo que ando yo por estos paseos: inmediatamente regreso y me cuelo en el Ateneo o en la Biblioteca. Y después que he leído un largo rato, cojo unos papeles blancos y voy escribiendo en ellos cosas verdaderamente tremendas.
No sólo han cambiado el cuadro exterior y las personas, sino también, y sobre todo, la atmósfera en que se agita la gente a mi alrededor y en la que me siento como aturdida de perfumes desconocidos y embriagadores, tan diferentes de los sanos olores de mi ciudad natal, como las esencias en que aquí se impregnan las señoras son distintas del aroma de las violetas y de las rosas.
Pues mía es». Luego me llamó, y tomando entre sus manos mi cabeza, me dijo dulcemente: «Muñeca: desde ahora yo soy tu padre; ¡yo soy tu papá!» «Papá le llamo desde entonces; desde entonces me llama «muñeca». Algunas veces me dice «Linilla», como mis padres me decían. Angelina había terminado el ramillete, un ramillete de violetas, y me le acercó para que aspirara yo el suave aroma de las flores.
Se echó atrás las aletas del abrigo y dejó sobre la cama un mazo de violetas que llevaba oculto. Su perfume pareció dulcificar aquel ambiente que olía a carne enferma y antisépticos. ¡Ay! ¡flores! dijo Feli con vocecilla infantil . ¡Flores! Y su mirada acarició a Isidro con expresión de gratitud.
A pesar de la expresión de tristeza que la envolvía por entero, los rayos del sol que se filtraban por el ramaje, ponían un nimbo de oro en torno de aquella fisonomía cándida y doliente. Corté unas violetas y se las di con palabras de ánimo, a las que ella respondió con una débil sonrisa.
Palabra del Dia
Otros Mirando