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Actualizado: 3 de junio de 2025
Y ella decía que sí, mirando al amante con sus ojazos tristes, mientras se llevaba a la cara el mazo de violetas, oliéndolo con delectación. Nogueras carraspeó con insistencia llamando a Maltrana. La entrevista se prolongaba demasiado: otro día, más. Isidro cogió la mano amarillenta que ella le tendía. Adiós, Feli... Adiós, nena. Volveré. La enferma le recordó su promesa.
El yanki en el delirio del wisky tambalea, mientras, pegado a un poste, un polis cabecea. Mis violetas suspiran en la blanca azotea. De vez en vez un rayo los cielos besotea. Todavía en los bares el vino espumajea... El caco en las cocinas husmea y mangonea... . . . . . . . . . . . . . . . . . Un gato enarca el lomo junto a una chimenea y en las cosas de la urbe medita y fantasea...
Quería traerle una; pero después de correr las fruterías de la calle Mayor, buscando las primeras que acababan de llegar, había desistido por su pobreza. Todo su dinero se lo habían llevado las violetas. Otro día, ¿me oyes? murmuraba en su oído, como si la propusiese una travesura infantil . Otro día te las traeré, sin que se entere la monja, sin que lo vea el médico.
Aunque no había en la mesa de cuanto Dios crió, como afirmaba la gente del pueblo con encarecimiento desmedido, era innegable que había objetos raros y costosos: uvas de corazón de cabrito como acabadas de coger y que por milagro se habían conservado, claveles y tempranas rosas de olor en grandes piñas, ramos de violetas y camelias, etc., etc.
Las flores parecían conocerla, y en un susurro le iban diciendo cuando cerca de ellas pasaba: "Adórnate conmigo, linda niña, adórnate conmigo;" y para darles gusto, Perla cogió violetas, y anémonas, y columbinas, y algunos ramos verdes, y se adornó los cabellos, y se rodeó la cintura, convirtiéndose en una ninfa infantil, en una tierna dríada, ó en algo que armonizaba con el antiguo bosque.
Un arroyuelo cristalino corría cerca murmurando. Crecían en su margen blancas y moradas violetas, y otras no cultivadas florecillas, que embalsamaban el aire con suave y grata fragancia. Floridos rosales de enredadera y otras plantas, que se ceñían a los troncos, y pasaban de un árbol a otro, como festones y guirnaldas, formaban allí misteriosa espesura y apartado recinto.
La mecedora de Ana no se movía, tal como apenas en sus labios pálidos la afable sonrisa: se buscaban con los ojos las violetas en su falda, como si siempre debiera estar llena de ellas. Adela no sin esfuerzo se mantenía en su mecedora, que unas veces estaba cerca de Ana, otras de Lucía, y vacía las más.
Magdalena, medio acostada como habría estado sobre una silla larga, ajaba con mano nerviosa un enorme ramillete de violetas que toda la noche me había embriagado. Veía yo el extraño fulgor febril de sus ojos fijos. Sentíame presa de profunda turbación, sentía distintamente que había de ella a mí algo muy grave, como un decisivo debate.
A cada nuevo plato, renovabásele el goce que los estómagos no estragados y hechos a alimentos sencillos hallan en la más leve novedad culinaria. Paladeó el Burdeos, dando con la lengua en el cielo de la boca, y jurando que olía y sabía como las violetas que le traía Vélez de Rada a veces.
Además, el niño que iba a presentarse de un momento a otro; el marido, que estaba en su camarote roncando la cerveza de la noche; el vestidillo pobre, que ella había intentado realzar con unos encajes baratos y un ramo de violetas artificiales fijo en el talle... Todo esto daba a su nuevo amor cierto aire ridículo. Seguramente que si pasaba Mrs.
Palabra del Dia
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