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Entre los engaños que a la tierra nos apegan, uno hay que ilude más dulcemente con mieles suavísimas, con regalos tan inefables y embriagadores, que es lícito al hombre entregarse a un bien que, con ser fingido, así embellece y dora la existencia. Óyeme, óyeme.

Los primeros tiempos de sus relaciones fueron agitadísimos para él, llenos de punzantes remordimientos y de goces embriagadores. Amalia iba de vez en cuando a la Granja. Por la noche en la tertulia daba cuenta de su visita en voz alta.

Las musas me llaman, la fábula griega me distrae, los bosques de la isla de Calipso me hablan de amor; veo flores, mujeres, altares profanos; huelo perfumes embriagadores; diviso florestas, cuyas sombras parecen ocultar misterios lascivos; oigo á lo léjos un ruido que me intranquiliza, que me seduce; pero que me seduce como nos seduce una maga ó una circe.

Creíase estar dentro de una ciudad calada, transparente, de un inmenso cosmorama de aquellos que, cuando niños, inquietan nuestra fantasía y despiertan en el corazón ansias invencibles de lanzarse a otras regiones misteriosas y poéticas. Aspirábanse aromas embriagadores. Ni un leve soplo de brisa refrescaba la frente.

Dorotea miraba de una manera ansiosa, enamorada, dulce, á don Juan; le transmitía su alma entera, y con su alma todos los embriagadores sentimientos de que su alma estaba llena; y como si en aquella mirada le transmitiera también su vida, Dorotea se ponía más pálida, se espiritualizaba más y más, se hacía irresistible. ¿Cuándo os vais? le dijo Dorotea.

De vez en cuando dicen una frase sin comprenderla, y mientras hablan, sus ojazos hebreos contemplan al público con estupor. Salgo del teatro... Todo está entre tinieblas. En un extremo de la plaza, oigo gritos. Acaso algunos malteses en vías de explicarse a navajazos. Me encamino lentamente a la fonda, a lo largo de las murallas. De la llanura suben embriagadores aromas de naranjos y de tuyas.

Un cielo siempre azul se extiende sobre él. El soplo de la brisa que llega del mar inclina la copa de los árboles y levanta un rumor más grato que ninguna música humana; los pájaros cantan; las flores exhalan de sus cálices perfumes embriagadores; el espíritu de Dios flota sobre el ambiente. En aquel valle la planta soberbia del hombre aún no ha dejado mucha huella.

Hecho lo cual, arrojó sobre la mesa el palitroque, murmurando: «¡Quien tal hizo, que tal pague!» ¿Lo tenéis por inverosímil? Pues sois tacaños. ¿Os parece demasiado? Es que no habéis sentido los embriagadores halagos de Cristeta. ¿Fue arranque de hermosísima liberalidad? Tampoco.

El aire se caldeaba con olores acres, punzantes, bestialmente embriagadores. Los perfumes del explosivo llegaban hasta el cerebro por la boca, por las orejas, por los ojos. Experimentaron el mismo enardecimiento de los directores de las piezas, que gritaban y braceaban en medio del trueno. Las cápsulas vacías iban formando una capa espesa detrás de los cañones. ¡Fuego!... ¡siempre fuego!

No sólo han cambiado el cuadro exterior y las personas, sino también, y sobre todo, la atmósfera en que se agita la gente a mi alrededor y en la que me siento como aturdida de perfumes desconocidos y embriagadores, tan diferentes de los sanos olores de mi ciudad natal, como las esencias en que aquí se impregnan las señoras son distintas del aroma de las violetas y de las rosas.