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Actualizado: 9 de noviembre de 2025
Fermín sonrió con malicia. ¿Y a mi hermana, no la verás? ¿No te falta también algo, cuando pasan días sin ver a María de la Luz? Naturalmente dijo el mocetón ruborizándose. Y como si sintiera repentina vergüenza, espoleó su caballo. Con Dios, Ferminillo, y a ver si un día vienes al cortijo. Montenegro le vio alejarse rápidamente, calle abajo, con dirección a la campiña.
Como todos los seres flacos de espíritu en los casos de apuro, acudía al recurso peor, con tal que le dejase respirar por el momento. Cecilia recibió aquellos homenajes con sosiego, sin manifestar el gozo que las mujeres suelen sentir al oirse requebrar de quien aman. Vienes muy adulador hoy, Gonzalo. No me gustan los mimos le dijo al fin sonriendo.
Pero su soledad le horrorizaba... tenía miedo del aire libre, quería un refugio, todo era enemigo. «Su madre, su madre del alma». Salió del templo, corrió, entró en su casa. Doña Paula barría el comedor; un pañuelo de percal negro le ceñía la cabeza sobre la plata del pelo espeso y duro, como un turbante. ¿Vienes del coro? Sí, señora. Doña Paula siguió barriendo.
¿Qué te pasa, Demetria? Parece que vienes descolorida. Nada me pasa respondió la joven con un acento que demostraba bien claro todo lo contrario. Sí; algo te pasa. Dímelo, niña. ¿No te he contado yo siempre mis secretos? La tomó de la mano y la miró con ojos escrutadores. Demetria bajó la cabeza y permaneció silenciosa. Vamos, dí, niña repitió la zagala sacudiéndole la mano. Ya lo sabrás, Telva.
Por detrás de la empalizada empezó á asomar una escopeta de dos cañones, y se vió un sombrero de grandes alas que ocultaba á medias el rostro de un joven moreno, el cual, con mucha presteza y agilidad, pasó ambas piernas por encima de las puntas de las estacas, y dando un salto quedó en pie delante del conde. ¡Hola, Pedro! ¿De dónde vienes?
Tú me engañas, tú me engañas replicó la joven en actitud de Dolorosa . Tú me quieres matar, y en vez de pegarme un tiro, me vienes con esta historia. Si lo tomas como golpe de muerte, tómalo manifestó Rubín con implacable frialdad. Pero no puede ser. Este hombre está loco y no sabe lo que se dice. Bueno, defiéndete con eso. Pero tú caerás, tú te convencerás. No tienes escape. La verdad se impone.
Apenas pude ver a la persona de aspecto distinguido, muy elegante, que le acompañaba. Entramos en nuestros respectivos departamentos casi al mismo tiempo y todavía estaba yo en traje de calle, cuando apareció a la puerta de mi cuarto. ¿De dónde vienes? me dijo. Del teatro. Y le dije cuál. ¿Me buscaste? No fui con intención de buscarte, sólo quería verte le repliqué. No te comprendo.
15 Y se apartaron del camino para entrar a tener allí la noche en Gabaa; y entrando, se sentaron en la plaza de la ciudad, porque no hubo quien los acogiese en casa para pasar la noche. 17 Y alzando el viejo los ojos, vio a aquel viajante en la plaza de la ciudad, y le dijo: ¿A dónde vas, y de dónde vienes?
Así y todo la agarró fuertemente por el brazo, y soltando tres o cuatro ternos seguidos, le escupió más que le dijo: «Oyes tú, grandísimo pendón; su casta es mejor que la tuya siete mil veces... ¿Qué hubiera sido de ti si no te hubieras casado con el calzonazos de mi hermano? ¿Así pagas el bien que te ha hecho, insultándole a él y a todos nosotros?... ¡Pues mira, chica, que el porvenir de tu casta hubiera sido lucido como hay Dios!... Estabais con el agua al cuello, más pobres que las arañas, ¿y todavía vienes echando fieros?... ¡Si le digo a V., hombre, que es morirse de risa!... ¡Vaya un hermano babieca que tengo!... ¡Babieca!... ¡Más que babieca!...»
Sentí en su presencia mucha cortedad, gran turbación; sentíme sin ideas y sin palabra. ¿Qué vienes a buscar aquí? me dijo. Señora, he venido a Córdoba para afiliarme en el ejército del general Castaños, y sabiendo que Su Excelencia y apreciable familia estaban en esta población, he querido visitar a mi antigua y querida ama.
Palabra del Dia
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