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Actualizado: 14 de octubre de 2025
Aquí declamó mucho el padre contra el feroz empeño que muestran hoy tantas personas por salir de su clase y elevarse sin mérito suficiente: el tendero, sólo porque se enriquece, pretende ser marqués; el usurero, duque; el sargento, general, sin ir a la guerra, y las mozuelas desvergonzadas, damas y grandes señoras.
Jugó a la alza, cuando ésta se mostraba firme, y de repente la baja se pronunció, sin saber cómo ni por qué, arrastrando en su caída a muchos incautos, él entre ellos; quedó deudor de cierta suma, a pagar dentro de las veinticuatro horas, no se atrevió a acudir al padre, esperando resarcirse en otra jugada, y para salir del paso valióse del usurero.
D. Luis, como si el mismo diablo lo hubiera dispuesto, se encontró cara a cara con el conde, que decía de este modo: No es mala pécora la tal Pepita Jiménez. Con más fantasía y más humos que la infanta Micomicona, quiere hacernos olvidar que nació y vivió en la miseria, hasta que se casó con aquel pelele, con aquel vejestorio, con aquel maldito usurero, y le cogió los ochavos.
Ningún monarca ni potentado era capaz de acometer individualmente esta empresa gigantesca... Entonces, el dios amarillo cambió de forma, saliendo majestuoso y triunfador, como el sol, de la hopalanda del usurero que le había tenido oculto.
En aquellas cortas líneas en que víctima invocaba los hidalgas sentimientos de verdugo, se hablaba de un compromiso de honor, proponíanse las condiciones más espantosas, pasaba por todo con tal de ablandar el corazon de bronce del usurero, y obtener de él la afirmativa.
Abrióse la mampara y entró un hombre, que parecía una figura de cromo: muy encendido el color, el bigote afeitado, la nariz encorvada, los ojos pequeños y penetrantes, con un levitón color de café y una chistera tornasol; era el muy respetable señor don Raimundo de Melo Portas e Azevedo, de estado casado, de nacionalidad portugués y de profesión usurero, el ángel protector de empleados impagos y pensionistas atrasados, el agente de funeraria de toda quiebra, el cuervo voraz de toda desgracia, el pastor de los hijos de familia descarriados.
El éxito y las ganancias engolosinaron a doña Lupe, que adquirió gradual y rápidamente todas las cualidades del perfecto usurero, y echó el medio pecho de algodón, haciéndose insensible, implacable y dura cuando de la cobranza puntual de sus créditos se trataba.
La silba, por consiguiente, de que Rafaela había sido víctima, parecía injusta al viejo usurero y motivada por el odio que a él le tenían, por donde imaginaba que debía consolar a Rafaela e indemnizarla del daño que le había causado. El oficio de darle consuelo le parecía gratísimo y en su modestia llegó a creer que él, y no ella, era el verdadero consolado. Cada día simpatizaba más con Rafaela.
Cómo se tocan los extremos del inmenso ramaje es curioso de ver; por ejemplo, cuando Pepito Trastamara, que lleva el nombre de los bastardos de D. Alfonso XI, va a pedir dinero a Cándido Samaniego, prestamista usurero, individuo de la Sociedad protectora de señoritos necesitados. iii
Los curas, valga la verdad, también hablaban del suceso inopinado, como lo llamaba Mourelo. El ex-alcalde Foja se paseaba en medio del Arcediano, el ilustre Glocester, y del beneficiado don Custodio, el más almibarado presbítero de Vetusta. No solía el liberal usurero acompañarse de sotanas, pero aquella tarde había juntado a los tres enemigos del Magistral la importancia de los acontecimientos.
Palabra del Dia
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