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Actualizado: 14 de octubre de 2025


Tomó prestados sobre esta hipoteca: primero, cuatro mil doscientos dracmas; al año siguiente, mil quinientos más; otro año después, mil doscientos, y todavía otros mil quinientos dracmas, un año más tarde. El resultado natural fué que tuvo que vender la casa, poco tiempo después, á la señora Aurelia Serapias, hija de Trimoros, de quien yo sospecho que era un usurero terrible.

Cuáles fueran los pensamientos y contrarias resoluciones que estos acentos levantaron en los ya recelosos e inquietos corazones de las diversas personas del festejo, no es cosa que se sujetaría a fácil explicación: basta decir que María esperaba, que el soldado reía, que amenazaba Muley, que Gerif se inquietaba, el usurero temía, y que todos, ya curiosos, no ansiaban por mejor cosa que ver con los ojos aquella persona que tan bien halagaba los oídos con su canto y su destreza.

Pero la Providencia, que nunca abandona al pobre, le habló por boca de don Salvador. Por algo dicen que Dios saca muchas veces el bien del mal. El insufrible tacaño, el voraz usurero, al conocer su desgracia le ofreció ayuda con una bondad paternal y conmovedora. ¿Qué necesitaba para comprar otra bestia? ¿cincuenta duros?

En los tejados todos los colores del iris como en los muros de Ecbátana; galerías de cristales robando a los edificios por todas partes la esbeltez que podía suponérseles; alardes de piedra inoportunos, solidez afectada, lujo vocinglero. La ciudad del sueño de un indiano que va mezclada con la ciudad de un usurero o de un mercader de paños o de harinas que se quedan y edifican despiertos.

Y Quilito echó mano al clavo ardiendo, largando el nombre de su tío, don Bernardino Esteven. Eso es otra cosa exclamó el usurero; conozco mucho al señor Esteven; cuente usted, mi amigo, con la cantidad pedida. Espero que no hablará usted a mi tío, ni a nadie, de este asunto.

Pero sabía el usurero escoger su presa, y cuando el pez cogido en la malla era pequeño o no prometía nada de , sin piedad arrojábalo a la corriente; el joven Vargas, no hay que decirle, era un miserable pececillo, pura escama y pura espina, a pesar de sus colores brillantes y sus aires pretenciosos; reconocerle y echarle al agua de cabeza, fué todo uno.

¡Bueno, amigo!... ¡Me alegro!... ¡Estoy salvado!... Figúrese que necesito trescientos pesos por cuatro o cinco días para un compromiso, y un usurero a quien le llevé la prenda me dijo que ésta no era buena y que por ello, si me daba los pesos por cinco días, me cobraría cincuenta de interés. ¡Qué bárbaro! dice el almacenero, escandalizado, pero brillándole los ojos.

¿Otro préstamo más? dijo el usurero. ¡Estamos frescos! Ni al veinte por ciento. Usted es el sobrinito de Esteven, ¿verdad? pues peor. Sin embargo se atrevió a argüir Quilito, usted tiene un pagaré a mi nombre, que... que mi tío... garantiza. Balbuceaba, temeroso que le oyeran.

El buen Antúnez, el usurero honrado, también fué de los entrados de antuvión, buscando medio, si no para hallar el perdido envoltorio, al menos para dar parte de todo a María, y conferir con ella qué artes podrían trazarse para recobrar cosa de tanto interés.

El vejete había vuelto sin que él le viese llegar, surgiendo entre dos grupos, pequeño y vivaracho, como surge un diablillo de teatro del fondo de su escotillón. ¿Conoce usted al coronel?... Mañana se avistará con usted para el pago y los intereses. El príncipe le volvió la espalda sin otro saludo, dejando al usurero satisfecho de su laconismo descortés. Un gran señor no podía hablar de otro modo.

Palabra del Dia

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