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Actualizado: 15 de junio de 2025


Al cabo, después de una larga pausa, Demetria dejó escapar un suspiro y como si saliese de un sueño exclamó: Bueno, Nolo: es hora ya de separarnos. No si tendré tiempo de ir á Lorío á despedirme de Flora y volver antes de la noche. lo tienes. Mira; el sol está muy alto todavía. Demetria guardó silencio y permaneció inmóvil mirando por encima de la paredilla á las altas montañas de Mea.

Pues por , repuso Latour con evidente sorpresa y disgusto, estoy muy satisfecho con la vida que aquí llevo, no tengo el menor interés en esa guerra de que habláis y desde luego no me veréis en Dax. En tal caso, señor mío, tendré el disgusto de ponerme al frente de la Guardia Blanca sin vos.

Tendré mucho gusto en hacer con usted las veces de madre.... Don Carlos no me trataba como a un mozo inexperto y vano, antes, por el contrario, me distinguía con su afecto, me confiaba planes y negocios, y conversaba conmigo franca y lealmente, con la sinceridad y llaneza de un amigo viejo.

Cuando usted tenga un capítulo, me lo trae, y así con todos los demás. Yo los iré copiando, para que vaya de mi letra a la imprenta. Aunque ocupadísimo, creo que tendré tiempo para este pequeño trabajo. Maltrana, al verse en la calle, creyó que la Fortuna marchaba ante él, abriéndole paso con el revoloteo de sus alas de oro.

Ya supondrás continuó él que tendré pronto necesidad de ir, no aún si a Paris o a Madrid. Y luego... se acabaron las locuras. Pero ¿qué locuras haces? El vivir como vivo. ¡Buen porvenir me espera! Un ama de llaves más vieja que dueña de teatro antiguo, una criada de cincuenta reales... y si no, al pueblo, al pueblo. Calla, hombre...; no querrá Dios que lo hayas perdido todo.

Es extravagante, es y no puede menos de ser ridículo, que la escultura, el arte divino de Miguel Angel, se nos muestre en un escaparate de confites. Pero, lo tendré que decir mil veces: cuando llega la hora de ganar dinero á trueque de un efecto cómico, los franceses no respetan á emperadores, ni á pontífices, ni á Miguel Angel, ni á nadie del mundo.

Por fin, después de muchas cartas, don Pedro parece que lo ha arreglado todo; le ha contestado a mi administrador que esté tranquila, que tendré la mejor mesa, junto a la terraza y al lado del caminito para ver entrar y salir la gente. ¿Y para que te vean? No, eso no me importa. ¿Quién se va a fijar en , en una pobre viuda? Vamos... no sea hipócrita conmigo. ¿Piensas bailar?

Y la esposa no podía contestar a su suegra cuando le venía con aquellas historias... Con qué cara le diría: «Pues no hay tal modelo, no señora, no hay tal modelo, y cuando yo lo digo, bien sabido me lo tendré». Pensando en esto, pasó Jacinta parte de aquella noche, atando cabos, como ella decía, para ver si de los hechos aislados lograba sacar alguna afirmación.

Tendré que ser juicioso a la fuerza. La miseria me amenaza, señor L'Ambert. ¡Te repito que me alegro! ¡Señor L'Ambert! ¿Qué? Si tuvieseis la bondad de comprarme un tonel nuevo para ganarme la vida honradamente, os juro que volvería a ser un buen sujeto. ¡Buena fuera! Lo venderías al día siguiente para emborracharte. No, señor L'Ambert, ¡os lo juro por mi honor! Esos son juramentos de borracho.

Como ejercía una autoridad de procónsul sobre su comarca natal, una de sus primeras disposiciones fué apoderarse de la gran propiedad en la que había trabajado como humilde capataz. El propietario, residente en París, recibió de él una carta dulce y respetuosa: «Venga usted por aquí, patroncito; tendré un verdadero gusto en verle. Arreglaremos cuentas sobre su hacienda.

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