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Actualizado: 28 de julio de 2025


Á los treinta años se casó su abuela, á los treinta años me casé yo, y si mi hija piensa otra cosa, puede hacer cuenta que no tiene madre. Al decir esto, aproximaba su asiento al de la muchacha, como si temiera que alguno viniese á robársela. Pero advertí que mientras que la madre hablaba, la hija se reia.

A no ser que se haya muerto, lo que sería una lástima. Doña Sol seguía con interés este relato. ¡Una figura original el tal Plumitas! Se había equivocado al creerle un conejo. El bandido callaba, frunciendo las cejas, como si temiera haber dicho demasiado y quisiera evitar una nueva expansión de confianza.

Un señorito del Caballista, hijo de un cosechero, gran amigo de la casa Dupont, se enamoró de Lola, pidiéndola en matrimonio apresuradamente, como si temiera que se le escapase. Doña Elvira y su hijo aceptaron la demanda: en el Círculo causó asombro el valor de aquel muchacho casándose con una de las hijas del marqués de San Dionisio. Este matrimonio fue para las dos hermanas una liberación.

El joven avanzaba lentamente, con miedo, como si temiera que el ruido de sus pasos cortase aquella melodía que parecía mecer amorosamente el huerto, dormido bajo la luz de oro de la tarde. Llegó a la plazoleta, frente a la casa, y vio de nuevo sus palmeras rumorosas, los bancos de mampostería con asiento y respaldo de floreados azulejos. Allí había reído ella muchas veces escuchándole.

Tal sinceridad había en su acento, que de buena gana Cristeta se hubiese dejado comer a besos, si no temiera que la precipitación malograse su plan. Se limitó a mirarle con dulzura, respondiendo: ¿Pues qué clase de mujer crees que soy? ¿de las que estabas acostumbrado a tratar?

Miraba a un lado y a otro, como si temiera encontrarse con los bigotes y los ojos severos de la Guardia civil, y luego, tras una vacilación de hombre modesto que teme revelar su importancia, llevábase una mano a los riñones y tiraba del interior de la faja, sacando un cuchillo cuyo brillo y limpieza parecían hipnotizarle. ¿Eh? decía, admirando la tersura del acero virgen y mirando a Febrer.

Un ligero rumor semejante al aleteo de dos moscas turbaba el profundo silencio de la casa. El diputado miró al único balcón que estaba entreabierto. Su madre y don Andrés hablaban en el comedor: se ocuparían de él como siempre. Y cual si temiera ser llamado, perdiendo en un instante el bienestar de la soledad, abandonó el patio, saliendo a la calle. Las dos de la tarde.

Entreabre y frunce los labios con violencia, como si temiera que se la va á escapar su secreto; y significando de un modo confuso la duda, el rubor y esa fantasía indecisa de un deseo vírgen, de un primer deseo; esa alucinacion con que nos seduce la idealidad milagrosa de una esperanza que nunca se ha sentido; la alucinacion que nos causa el agüero de un mago, cuando creemos en la mágia.

Se trata respondió el Ministro, hablando muy bajo y mirando alrededor, como si temiera ser oído de repartir entre los seis citados suscriptores cuatro títulos nobiliarios y dos grandes cruces.... Y ésta es otra de las razones que yo he tenido, por encargo de mis colegas, y aun de S.M., para hablar a usted antes que a nadie; pues nos consta que el empréstito va a tener muchos golosos, y nosotros deseamos que sus ventajas recaigan en hombres tan dignos de ellas como usted.

Viose Lotario puesto en la estacada que su amigo deseaba y con el enemigo delante, que pudiera vencer con sola su hermosura a un escuadrón de caballeros armados: mirad si era razón que le temiera Lotario.

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