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Porque ¡válgame el de los cielos! ¡Cómo estaba también de libros fuera de sus estantes, y de resmas de periódicos, y de fajos de papeles, y de montones de revistas, y de huesos fósiles, y de candilejas y «escudillas» romanas, y de bronces herrumbrosos, y de ejemplares de panojas de muchas castas, en las sillas, por los suelos, en la mesa de escribir y creo que hasta en el aire!

Pero así y todo, le querían en su casa; tanto, que no había cumplido cuatro años cuando la tía Carpa le metió, de medio cuerpo abajo, en una pernera de los calzones viejos de su padre, dádiva que, añadida á una camisa que, también de desecho, le regaló su padrino el tío Rebenque, llegó á formar un traje de lo más vistoso, y á ser la envidia de sus pequeños camaradas, condenados á arrastrar su desnuda piel por los suelos, mientras su industria no les proporcionase más lujosa vestimenta.

Mi mamá me dice que soy un asno si al punto no me decido. Tiene razón. Además, chico, has de saber que mi mamá me ha sitiado por hambre. ¡Por hambre! , hombre. Asegura que nuestra fortuna está por los suelos a causa de la guerra, y luego añade: «Como no te cases, hijo, ¡no cómo podremos vivir!». A todas estas ni un real para mis gastos.

Pues nada, hijo díjome al fin : lo primero, tu gusto, y ése es el que ha de hacerse en esta casa mientras en ella estés... ¡A buena parte vienes, cuartajo!... Irá fuera la colcha y cuanto te estorbe con ella en la alcoba. Aquí tienes un felpudo para los pies... Creo que no te vendrá mal al acostarte, porque estos suelos de castaño viejo son fríos como ellos solos... ¿eh?

Le falta una criatura que chille y alborote, que haga diabluras, que nos traiga a todos mareados. Cuando le hablo de esto a Baldomero, se ríe de ; pero bien se le conoce que es hombre dispuesto a andar por esos suelos a cuatro pies, con los chicos a la pela». Puesto que Benigna no le quiere tener dijo la nuera , ni es posible tampoco tenerle aquí, le pondremos en casa de Candelaria.

Ahora bien; lo mismo tu padre que yo, que toda la familia, esperamos que con la presencia de tu nueva mamá se opere en tu conducta un cambio favorable; que dejes esos modales, propios de gentuza, no de caballeros; que no pases el día metido en la cocina, escuchando las sandeces de los criados; que no te arrastres por los suelos como un perro, estropeando los vestidos; que seas, en fin, menos cerril y desvergonzado.

Difícilmente se podría determinar, sin tener costumbre de andar dentro de tal laberinto, lo que allí había; pero el Majito, que conocía el local como un ratón conoce las entradas y salidas de la casa que habita, subió a eminencias que parecían camas; descendió a negros abismos que parecían arcones abiertos; trepó por las gastadas graderías de un estante viejo; se arrastró por suelos polvorientos; metió su brazo por tortuosas grietas formadas de informes bultos arrimados a la pared.

Al revés de la otra casa, el alcázar de la otra dinastía de Villavieja: la mansión de los Carreños, la menos vieja de todas las de la villa, con su poco de color en la fachada, vidrieras de a cuatro cristales, un jardinillo en la trasera, suelos firmes y a nivel y techos de cielorraso; la chimenea ahumando casi siempre; mucho ruido de sartén y mucho tufo de cocina; mucho barullo en todo, y para todo poco aseo; los muebles casi amontonados en la sala; los colores crudos y chillones; mucha jaula con pájaros de mucha voz y grande y sucio comedero, como el mirlo y el malvís entre otros; palomar en la buhardilla y mastín suelto en el portal; en fin, dinastía sin abolengo, plebeya, encumbrada por la fuerza del dinero y de la intriga en tiempos no lejanos.

Relucían las peñas y los troncos y los bardales y los suelos por todas partes, eso , y se sentía un frío húmedo y pegajoso que llegaba hasta los huesos; pero estaba risueña y en calma la Naturaleza, y esto levantaba mucho los ánimos.

Pero, don Elías, ¿es cierto eso de que ha hablado con hombres? exclamó Paz con una solemnidad arquiepiscopal, que era en ella muy frecuente. ¿Pero qué basilisco es ese? ... Mas no importa. Ya la enmendaremos nosotras. Ya la enseñaremos á portarse como una mujer de bien.... ¡Ay! la honestidad está por los suelos. ¡Qué siglo!