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Actualizado: 3 de junio de 2025


El ruso, que conocía á los políticos avanzados, le estaba dando cuenta de las gestiones realizadas por Jaurés para mantener la paz. Aún había muchos que sentían esperanzas. El, Tchernoff, comentaba estas ilusiones con su sonrisa de esfinge achatada. Tenía sus motivos para dudar... Pero sonó el timbre otra vez, y el español corrió á abrir, abandonando á su amigo. Un señor deseaba ver á Julio.

Alguna vez, al refugiarse en el cuarto del teatro, contemplando a solas su gallarda figura ante el espejo, sintió deseo de riqueza; quizá, ebria de adulaciones, resplandores y músicas, soñó despierta con la realidad del amor, mas ni el fantasma del lujo ni la tentadora voz de la Naturaleza lograron rendirla, porque se sentía humillada de no despertar en los hombres más que la misma impureza que les inspiraban aquellas de sus compañeras, viciosas o hambrientas, que se vendían por un traje o se prostituían por una joya. ¿Era esto castidad ingénita, frío cálculo, tibieza de sangre o señal de orgullo?

Vio un hombre que retenía a otro más pequeño, y en la mano de este último un relámpago blanco, tal vez un cuchillo, con el que pretendía rematar al monstruo pataleante. No vio más. Sintió que unos brazos suaves, de fina epidermis y dulce calor, le cogían la cabeza. Una voz, la misma de antes, trémula y llorosa, sonó en sus oídos: ¡Don ChaumeAy, don Chaume!...

Sonó un hervor del caldera, luego un ruido de catarata, y la concurrencia, dando gritos, empezó á huir hacia las habitaciones interiores. ¡Zas!... Gillespie, no sabiendo cómo defenderse de aquel enjambre maligno, había lanzado un salivazo dentro del salón. El proyectil líquido pilló á los dos poetas y los hizo caer con su lanza envueltos en una ola pegajosa, de la que no sabían cómo salir.

Una nube de tristeza pasó también por la bella alma apasionada de la respetable viuda, y sus miradas comenzaron a ser tímidas, inquietas, llenas de muda reconvención. Sonó la campanilla de la puerta. Nadie lo advirtió mas que el ama de la casa y Obdulia, cuyo rostro se cubrió de palidez.

Cuando las palmas y las castañuelas cesaron y sólo sonó la guitarra, Currito cantó con voz sentimental y suave la copla siguiente: Atame con un cabello a los palos de tu cama, y aunque el cabello se rompa no hay miedo que yo me vaya.

Y sonó una llave en una cerradura, se abrió una puerta. Al fondo de una habitación, al través de la puerta de otra, vió Montiño el reflejo de una luz. Vió también que la dama que hasta allí le había conducido, estaba tan envuelta en su manto como cuando la encontró en la calle. Entrad dijo la dama. Montiño entró. Esperad aquí repitió la dama. Montiño se detuvo junto á la puerta.

Y cuando sonó la hora, esa hora misteriosa del cuadrante de la eternidad, otro ilustre moribundo, el general Serrano, anunció en Madrid, a cuantos rodeaban su lecho: ¡El rey acaba de morir en el palacio de El Pardo!

Te amé y te di mi corazón; me amaste, y al oír de tus labios que me amabas se disiparon las tinieblas de mi vida; se iluminó mi alma con los esplendores de la tuya, y anhelé ser bueno porque eras buena; quiso tener resignación como , y la tuve; y el que poco antes deseaba morir, amó la vida, y soñó con dichas y felicidades, no esas que supones, sino otras verdaderas, humildes... un hogar modesto y tranquilo, ni envidiado ni envidioso, del cual fueras alegría.

Y dígame ahora, por Dios agregó la señora, con tanto miedo de oír una mala noticia, que apenas hablar podía ; dígamelo pronto. ¿Qué ha sido de mi pobre Nina?». Sonó este nombre en el oído del buen sacerdote como el de una perrita que a la señora se le había perdido. «¿No parece?... le dijo por decir algo. ¿Pero usted no sabe...? ¡Ay, ay!

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