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Actualizado: 3 de junio de 2025


No bien el conde Enrique hubo pronunciado aquella palabra, que sonó como la trompeta del juicio en las encendidas orejas de Poldy, criada y educada, por su madre y por su tía, desde la tierna infancia en el más feroz antisemitismo, cuando Poldy empezó a temblar como una azogada y tuvo un violento ataque de risa nerviosa.

Sonó el redoblante de las tropas del capitán Chivo a la entrada de la calle de la Campana, al mismo tiempo que asomaban por distinto lado los encapuchados negros de otra cofradía, deseosos igualmente de ganar la prioridad en el paso.

Escondió la cara en los almohadones y volvió a dormirse en seguida. Soñó. En la iglesia de las Victorias, iluminada con millares de cirios, ella salía por el medio de la nave, vestida de blanco. Su esposo era Julio, que le murmuraba al oído palabras ininteligibles. Llegaron a la calle.

Después de algunos segundos, en que trató de reponerse, alargó la mano, tomó el cordón de la campanilla y tiró muy suavemente, porque le parecía que iba á incomodar á su tío y á alarmar á Clara si tocaba más de lo necesario para hacer constar en el interior la presencia de un forastero. Pero la suavidad con que tiró su mano temblorosa fué tal, que la campanilla no sonó.

Aquél estamos sonó mal en los oídos de Tirso: juzgaba que la debía agradecimiento por el apoyo que le dispensó; pero fuera de lo referente a la hermandad, no reconocía en ella autoridad para aprobar o condenar sus actos, molestándole lo que alardeaba de su influencia en asuntos políticos que se rozaban con la Iglesia.

Dos días después sonó por la mañana el timbre de su puerta. ¡Una visita! Avanzó hacia él un soldado, un pequeño soldado de infantería de línea, tímido, con el kepis en la diestra, balbuceando excusas en español. He sabido que estaba usted aquí... Vengo á...

¿Quién agoniza por aquí? Lanzó el matón una rápida mirada de soslayo al hombre que estaba en el poyo. ¡Ah! dijo Quevedo siguiendo también de soslayo aquella mirada . ¿Y quién es él? ¡Bah, don Francisco! por mucho que yo os deba, también debo mucho á don Rodrigo y... Sonó Quevedo algunas monedas en el bolsillo, y el matón cambió de tono.

Sonó su voz en el silencio de la plaza, llegando hasta los últimos bancos, y un estallido de admiración lo contestó... «¡Fuera too er mundo!...» ¡Había dicho fuera todo el mundo!... ¡Qué hombre! Llegó completamente solo junto a la fiera, e instantáneamente se hizo otra vez el silencio.

Herminia se refugió en su habitación y con la ventana abierta soñó, contemplando la luna que aparecía por encima de las hayas y las plateaba con su luz. Una paz profunda reinaba en la campiña. Solamente los buhos hacían oir en los abetos su grito monótono y triste. La joven pensó que acaso estaba destinada á vivir siempre en aquella soledad y aquel silencio.

La poesía épica predomina lo mismo que en la infancia de los pueblos en la de los hombres. Ana soñó en adelante más que nada batallas, una Ilíada, mejor, un Ramayana sin argumento. Necesitaba un héroe y le encontró: Germán, el niño de Colondres. Sin que él sospechara las aventuras peligrosas en que su amiga le metía, se dejaba querer y acudía a las citas que ella le daba en la barca de Trébol.

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