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Actualizado: 18 de julio de 2025
Me dirigí rápidamente al punto donde me esperaba Sarto, y en el momento de tocar la orilla oí un penetrante silbido detrás de mí, al lado opuesto del foso. ¡Eh, Máximo! gritó una voz. Llamé a Sarto por lo bajo, cayó la cuerda en el bote y con ella até el cadáver. Después salté a la orilla.
Sin embargo, no tenía sino muy vagamente el sentimiento de cometer una falta; mi laxitud era demasiado grande. Me parecía también ver sin cesar estallar en mi cabeza burbujas de las cuales salían rosas que producían siempre nuevas coronas de flores. Todavía después oía un silbido de un oído a otro; se habría dicho que una mecha azufrada me atravesaba la cabeza y que la habían encendido.
A lo lejos contestaban á las campanas el silbido de las locomotoras, el chirrido de los cabrestantes de los barcos y los gritos de las cargueras que reñían por preeminencias en el trabajo, al comenzar su vaivén de los buques á tierra, con la cabeza abrumada por los fardos.
Brotó entonces del grupo de inglesas ese enérgico silbido que en todos los idiomas significa: «¡Silencio!: cállense ustedes, y oigan, o dejen oír siquiera.» Las españolas se dieron al codo, y prosiguieron impertérritas con sus cuchicheos. ¿No veis aquello? decía Lola Amézaga. ¿El qué... el qué... el qué? preguntaron todas. ¿Qué ha de ser?, Albares.
Si es que no nos han descubierto ya dijo el piloto entrando . Me temo que esa canalla sepa más que nosotros. ¿Has visto algo sospechoso? preguntó el Capitán con inquietud. Quizás me engañe, señor Van-Stael; pero mientras retiraba las pértigas me pareció oir un ligero silbido por el lado de la selva. ¿Habrán descubierto nuestras huellas? No lo sé, Capitán.
Subió ligeramente al coche, y cerrada la portezuela, bajó el vidrio y tendió su mano al joven; él, en equilibrio sobre el estribo, la tomó en la suya. Permanecieron un momento silenciosos, unidos por aquel débil lazo. Un estridente silbido hizo retroceder bruscamente a María Teresa.
El gitano se golpeó la frente y dio un silbido. ¡El hermano! dijo a un negro que se mostró a la entrada de la escotilla. El negro desapareció y volvió solo al cabo de un instante, haciendo un signo negativo con la cabeza. ¡Pues bien, izadle!
A la media docena de exclamaciones melosas sonaron simultáneamente dos carcajadas, y en seguida dijo don Juan: Cristeta, vida mía, esto me parece el colmo de la ridiculez. A mí también: tu voz suena como silbido de mirlo. Pues abre la puerta. ¡Calla, loco! Nada más que entornada. ¿Para qué? Tú lo has dicho: para no ponernos en ridículo ante nosotros mismos. Sí, pero, ¿y luego? Tengamos juicio.
Apenas hubo tomado su billete y facturado su equipaje, se oyó en el fondo del bosque el silbido del tren que llegaba.
No supo cómo fue; pero a las once menos cuarto estaba de nuevo delante de la casa de Rosa, con los dedos en la boca y lanzando un silbido que vibró agudo y penetrante en la estrecha cañada. Esperemos. No se oye nada. Nada. ¡Qué fastidio! Me parece... Sí; un rumor casi imperceptible. Algo mayor. ¡Oh dicha, abren la puerta! ¿Eres tú, Rosa? Chiiiis, no hable alto, D. Andrés...
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