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Actualizado: 18 de julio de 2025
De repente pasaba rozándose casi un tren en sentido contrario que, como un dragon enfurecido, lanzaba su aliento de fuego y de vapor para desaparecer al mismo instante. Nada mas fantástico que uno de esos cruzamientos de trenes, sobre todo bajo la bóveda sombría de un túnel, donde el silbido de la locomotiva parece un grito de muerte ó de agonía suprema.
Yo no me sentía a gusto porque la sombra era tal que no podía distinguir ni al cochero ni a los caballos, y ya empezaba a pensar en aquel crimen cometido en ese sitio hace años, cuando de pronto oigo un silbido agudo detrás de mí. Le grito al cochero que castigue a los caballos; pero un silbido análogo se hace sentir por todas partes, delante y detrás de nosotros.
Quiere dar calor a su corazón, conocer la alegría de lo imprevisto, gozar las emociones raras y nunca sentidas... Así, aceptó con verdadera alegría la misión de arreglar amistosamente con los propietarios y campesinos el interminable asunto de los deslindes de Val-Clavin... Un prolongado silbido anuncia la proximidad de una estación. El tren, pasado ya Bar-sur-Aube, va a detenerse en Clairvaux.
Para conseguirlo fue a rondar a las altas horas de la noche el edificio de los Consejos, dio un silbido penetrante, como un enamorado que avisase a su novia, y al poco rato se abrió con cautela una ventana del piso alto y se vio un hilo de seda flotar en el aire; Miguel amarró apresuradamente el manuscrito y el hilo comenzó a subir arrastrándolo consigo.
Chisco, Pito Salces y yo, armados hasta los dientes y bien apercibidos, en acecho y sin respirar, en las tinieblas del portalón; uno de nosotros abriendo la puerta con las precauciones convenidas en cuanto se dejara oír afuera el silbido del baratijero, y luego los tres, según iban entrando los bandidos... ¡fuego a quemarropa sobre ellos!
No hubo más remedio que meter apresuradamente la ropa en los baúles y salir disparados a la estación. Sólo cuando el silbido de la locomotora anunció la salida y comenzaron a correr por las llanuras áridas que rodean a Madrid se calmaron un poco los nervios de la excitada niña.
Llegaba a las nueve de la noche indefectiblemente, tomaba Le Figaro, después The Times, que colocaba encima, se ponía las gafas de oro y arrullado por cierto silbido tenue de los mecheros del gas, se quedaba dulcemente dormido sobre el primer periódico del mundo. Era un derecho que nadie le disputaba. Poco después de morir este señor, de apoplejía, sobre The Times, se averiguó que no sabía inglés.
En cuanto quedó solo en aquel escondite, sintió que las piernas se le hacían ajenas, cayó sentado sobre las tablas, casi perdió el sentido, y, como entre sueños, oyó un silbido y voces y blasfemias que sonaban en lo alto; cayó un telón a una cuarta de su cabeza, desaparecieron algunos bastidores arrastrados, y Reyes se vio entre un corro de tramoyistas y señoritas que gritaban: ¡Un herido... un herido!... ¡Un telón ha derribado a un caballero!
Basilio de por sí no era supersticioso y menos despues de haber descuartizado tantos cadáveres y asistido á tantos moribundos; pero las antiguas leyendas sobre aquel fúnebre parage, la hora, la oscuridad, el silbido melancólico del viento y ciertos cuentos oidos en su niñez influyeron algo en su ánimo y sintió que su corazon latía con violencia.
Al fin cesó en su cháchara, porque le rendía el sueño, ayudado por el ron. A fin de no aletargarse del todo en la comodidad del lecho, tendióse en el banco del comedor, poniendo por almohada una cesta. El señorito, cruzando sobre la mesa ambos brazos, había dejado caer la frente sobre ellos y un silbido ahogado, preludio de ronquido, anunciaba que también le salteaba la gana de dormir.
Palabra del Dia
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