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Actualizado: 21 de octubre de 2025


Frente al cartelón de las últimas noticias, las gentes interrumpían sus comentarios sobre la próxima ofensiva, preguntándose: «¿Cómo le fué ayer á la duquesa de DelillePor las tardes, al llegar al Casino, los curiosos corrían para verla mejor y los amigos la saludaban, besando su mano con orgullo.

Y ahora la blandura que sentía bajo sus pies, los bellos colores por los que resbalaba su mirada, las flores que le saludaban con su perfume desde los rincones, causábanle una embriaguez de eunuco, y sentía impulsos de tenderse en aquellos muebles, de tomar posesión, como si le pertenecieran, por ser de su mujer. Ahora comprendía lo que era la riqueza y con qué fuerza pesaba sobre sus esclavos.

Cojeando y con la vista en el suelo y cara de vinagre llegó al monasterio, atravesó el espacioso patio y subió la ancha escalera. No contestó á los hermanos que al pasar le saludaban, y se encerró en su celda de golpe y porrazo.

Maltrana también le había visto irritado, con la cólera del loco pacífico que pierde su tranquilidad. Le saludaban con blasfemias cuidadosamente rebuscadas para provocar su furor. Al principio las acogía cerrando los ojos, bajando la cabeza, como un mártir en las primeras angustias del tormento; pero su paciencia se agotaba al ver que el pecador insulto iba abarcando toda la corte celestial.

La hija de Valls había sufrido los tormentos del alfilerazo traidor, del arañazo oculto, del golpe de tijera en la trenza, y luego, al ser mujer, el odio y el desprecio de sus antiguas compañeras le había seguido en la vida, amargando sus placeres de mujer joven y rica. ¿Para qué ser elegante?... En los paseos sólo la saludaban los amigos de su padre; en el teatro no veía visitado su palco más que por gentes procedentes de «la calle». Con uno de ellos tendría que casarse, como se habían casado su madre y sus abuelas.

Tres días hacía que a las doce en punto llegaba a su oficina vestido todo de negro, con levita y galera, llevando en la mano un rollo de papel, y que veía al amanuense y a Manuel, que dejaban los dibujos y letras góticas que se ocupaban en borronear y le saludaban, volviendo a su tarea luego que él se instalaba en su escritorio con toda prosopopeya.

Pasaban tan cerca, que éste tuvo que echar atrás su cabeza por dos veces, temiendo que le cortase la nariz una de aquellas alas escamosas con sus puntas agudas como cuchillos. Las muchachas del casquete dorado y larga pluma saludaban con risas los movimientos inquietos del gigante. Pero una orden venida de abajo acabó con estos juegos, restableciendo el silencio.

No la pasó ansí Sancho Panza, que, como tenía el estómago lleno, y no de agua de chicoria, de un sueño se la llevó toda; y no fueran parte para despertarle, si su amo no lo llamara, los rayos del sol, que le daban en el rostro, ni el canto de las aves, que, muchas y muy regocijadamente, la venida del nuevo día saludaban.

Los convidados, desde las ventanillas, saludaban con los pañuelos a los que habían ido a despedirles. Gran agitación y algazara en los coches, apenas se encontraron corriendo por los campos yermos de la provincia de Madrid. Todo el mundo hablaba en voz alta y reía: esto y el ruido del tren hacía que apenas se entendieran.

Bajo el puente giratorio llegaban y partían las lanchas de los acorazados, dejando en los muelles flotantes las tripulaciones libres de servicio, que saludaban con escandaloso griterío el salto á tierra. Permaneció aislado el Mare nostrum mientras los obreros del arsenal instalaban en su popa un cañón de tiro rápido y los aparatos de telegrafía sin hilos.

Palabra del Dia

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