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En estas provincias del Norte es donde se conservan todavía restos de aquella honradez y piedad que caracterizaban á nuestros mayores. Es gente honrada á carta cabal dijo don Primitivo. Afortunadamente, todavía no nos los han maleado. Unos infelices, señor conde... unos infelices... Lo único que les hace falta es un poco de filosofía alemana para ser hombres completos. Todos rieron con estrépito.

Los salmonetes no caen en el muelle, don Gil de las calzas verdes profirió el señor de las Casas con su habitual rudeza, por no decir grosería. Solía llamar así, en broma, a su antiguo protegido. caen tal, D. Martín de las Casas blancas profirió con voz sorda Consejero. Los tertulianos rieron, lo cual amoscó un tanto a D. Martín, hombre, como ya sabemos, propenso a irritarse.

El marqués y sus camaradas rieron como chiquillos, y Jerez pasó mucho tiempo comentando la gracia del de San Dionisio y su habitual generosidad, pues una vez vuelto el toro a la cuadra, distribuyó el dinero a manos llenas entre los lisiados, verdaderos y falsos, para que a todos les pasase el susto bebiendo algunas cañas a su salud.

El aludido contestó gravemente: -Por darle una puñalada... a un queso. Rió Barrabás la estúpida gracia con estruendosas carcajadas, y los grupos cercanos rieron también, como escandaloso eco. Todos se habían enterado de quién era Maltrana, y le miraban burlonamente. Al escuchar sus reconvenciones al hermano le consideraban como un enemigo.

Además, hay el alma de las mujeres. ¿Creerás que las dos que venían conmigo rieron el insulto del rojo, encontrándolo muy oportuno?... Y no me hables de que las hembras se sienten atraídas en todas ocasiones por el guerrero.

El feroz materialista, el producto bravío de la Naturaleza en lucha eterna con la sociedad, sin duda se había escondido entre bastidores. Pero cuando al fin salieron de aquella casa y se vieron solos en la calle, ¡entonces que rieron a su gusto! Cada cual recordaba una frase patibularia de Moreno, alguna de sus maldiciones y amenazas contra el orden religioso y político.

Los dos rieron con un regocijo infantil. Habían retrocedido hasta donde aguardaba el caballo, y Celinda se apresuró á montar en él, como si se considerase humillada y desarmada permaneciendo á pie. Además, «el gringo», á pesar de su alta estatura, quedaba de este modo con la cabeza al nivel de su talle, lo que proporcionaba á Flor de Río Negro la superioridad de poder mirarlo de arriba abajo.

Eso tiene una explicación muy sencilla: consiste en que el conde de Ríos es más animal que él. Los redactores se miraron consternados, y sin decir otra palabra, bajaron la cabeza y continuaron escribiendo. Oyes, Perico le decía otra vez, me parece que esa levita es muy corta. Los compañeros se rieron porque estaba muy lejos de ser cierto. Es bastante larga contestó Mendoza un poco amostazado.

Luego, cuando pude desprenderme de sus manos, ahí en la esquina del ministerio de la Guerra, caí en las manos del conde de Sotolargo, y ése ya sabe usted que es pesado con un cincuenta por ciento de recargo. ¿Por qué? se apresuró a preguntar Lola Madariaga. Porque es tartamudo, señora. Los convidados rieron, algunos a carcajadas; otros más discretamente.

Ambos rieron representándose aquel porvenir lejano. Y charlando de esta suerte llegaron al fin á casa; y después que Soledad hubo echado una mirada investigadora por el establecimiento, subieron para reposar. Rebelión. Velázquez se sintió al día siguiente avergonzado en presencia de su querida.