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Actualizado: 20 de noviembre de 2025
Y luego, de repente, como cayendo en la cuenta: ¡Ay, por Dios, dispénseme!... ¿No conocía usted a Martínez?... Martínez..., el señor Fernández Gallego, ministro de Gracia y Justicia... Mi buen amigo, don Juan Antonio Martínez...
Habíamos obtenido la misma victoria que ayer y bebíamos en grandes vasijas de barro rojo, cuando, de repente, oyose un grito de: «¡El enemigo vuelve!» Y Yégof, a caballo, con sus barbas fluviales, su corona de puntas, un hacha en la mano, brillantes los ojos como los de un lobo, se apareció ante mí, entre las sombras de la noche.
Se despreció profundamente, pero más profundo que el desprecio fue el consuelo que sintió al comprender que no tenía valor para matar a nadie, así, tan de repente. O subo y la mato ahora mismo, antes que llegue Tomás, o ya no la mato hoy....
Á ver si los complaces. El rostro de Soledad se nubló de repente y respondió con sequedad: Estos señores saben que hace ya mucho tiempo que no bailo y me harán el favor de dispensarme. ¿Y por qué no has de bailar? Pues porque no tengo gana. Pues bailarás aunque no tengas gana dijo él embraveciéndose. Pues no bailaré replicó con firmeza ella.
Hasta mañana... no, hasta luego. Se alejaba algunos pasos ribazo arriba, y volvía de repente buscando los brazos de su amante. Otro, príncipe mío... el último. Era la eterna despedida de amor; arrancarse con nervioso impulso de los brazos para volver al momento con la angustia de la separación. Comenzaba a clarear el día.
¡Eh! ¡vive Dios! ¡don Francisco! dijo deteniéndose de repente el embozado que adelantaba ; ¿así queréis tratar á quien viene á salvaros? ¡Ah! ¡por mis pecados! ¿conque eres tú, Francisco de Juara? dijo todo admirado Quevedo . ¡Milagro patente que tú hagas una buena acción! Me conviene. Os tengo cogida una palabra. Cógeme primero á mí, y sácame de este atollo. A eso vengo, y por vos esperaba.
Aunque se me acuse de pánfilo, de sobrado benigno, de querer disculparlo todo, voy a declarar aquí una cosa en confianza. A mi ver, hasta el propio diablo no nos seduce y extravía así de repente y sin más ni más. Se guardaría muy bien de hacerlo: no le traería cuenta ninguna.
Y la tartana siguió adelante, hasta que de repente saltaron al camino quince o veinte guardias, una nube de tricornios con un viejo oficial al frente. Por las ventanillas entraron las bocas de los fusiles apuntando al roder, que permaneció inmóvil y sereno, mientras que mujeres y chiquillos se arrojaban chillando al fondo del carruaje. Bolsón, baja o te matamos dijo el teniente.
¡No! gritó la señora Hellinger, mandando de repente al diablo toda su pena. Yo no lo sufriré; no ha de suceder así: la vergüenza sería demasiado grande; yo no podría sobrevivirle. ¡Qué vergüenza! ¡qué vergüenza! El doctor le lanzó una mirada en que se leían el asco y el desprecio. Pero ella no le hizo caso. Tú eres fuerte, Hellinger dijo.
Al pasar junto á dos comadres que charlaban en una esquina, oyó las siguientes palabras: Os digo que la he visto; yo misma con estos ojos que se ha de comer la tierra: es la comedianta Dorotea; pero se ha quedado que espanta; está que da compasión verla: los ojos hundidos, que le cabe un puño en cada uno; la boca torcida... ¡ella, que era tan hermosa!... dicen que ha muerto de repente.
Palabra del Dia
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