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Distribuídos éstos con las más exquisitas precauciones, á fin de que los objetos de nuestras atenciones no fuesen indignos de la dignidad de la fiesta, llegábase uno con la credencial á la huerta de Aspeazu, ó á la de mi amigo Mazarrasa; y allí estaba lo bueno; es decir, un gran cuadro de terreno al aire libre, cuidadosamente sorrapeado y regado; dos docenas de farolillos de vidrio y hoja de lata, fijos sobre otros tantos mangos de cabretón, que le circuían; ocho ó diez músicos agrupados en un ángulo, y el mismísimo repartidor, que guardaba la puerta y recibía los billetes.

A don Alejandro Bermúdez, que había ido con Nieves a misa primera, le entregaron su correspondiente ejemplar a la salida de la Colegiata, ahorrándose el repartidor una subida a Peleches. Allí mismo se repartieron otros muchos ejemplares de los destinados «a la masa». Don Alejandro, después de mirar el papel con más indiferencia que curiosidad, le plegó en tres dobleces y le guardó en el bolsillo. Nieves, entre tanto, echaba una ojeada a la botica, en cuyo fondo solamente vio al mancebo con los brazos en alto y una botella en cada mano, trasegando líquido de una a otra. Ni señal de Leto ni de su padre.

Las puertas de calle se abren pesadamente, dando paso a esa emanación peculiar que bien pudiera llamarse el regüeldo matinal de las casas, mientras la sirvienta que abrió la puerta, se alisa el despeinado cabello, como temerosa de que la sorprenda el lechero, el vigilante, el repartidor de pan o el mucamo de enfrente...

Tinito el sabio se encaminó a su casa por los callejones más extraviados, para no ser visto por sus amigos y colaboradores, pues así convenía para sus planes; y una vez encerrado en ella y después de encargar muy encarecidamente que se dijera a cuantos llegaran a preguntar por él, si alguien llegaba, que no había venido aún, procedió a romper las ligaduras del paquete con mano codiciosa y a dividir su contenido en cuatro porciones: una para cada repartidor de los tres que tenía apalabrados, y la más pequeña para dejarla de reserva.

Primero, como tenedor de libros en un almacén al menudeo, lo que no era óbice a que barriera la acera, por las mañanas, en mangas de camisa, y despachara libras de hierba, de café o de azúcar a las mucamas del barrio, efectos que sabía envolver con destreza en el grueso papel amarillento, con repulgos en los lados y dos cuernitos de remate, que hacía dándole graciosamente una vuelta al paquete entre sus manos; luego, cuando iba, de chaqué avellana, a rondar la casa de Gregoria, y el rapto y el casamiento, y su transplante prodigioso del almacén al caserón de la calle de Méjico; cómo, la fortuna de los Vargas, hábilmente escamoteada, sirvióle de pedestal, y ayudado de la política, subió, y de ser nadie pasó a ser alguien. ¡Y de qué manera! amigo de ministros, repartidor de gracias oficiales, protector adulado, admirado, respetado... Cada chapuzón suyo en las aguas cenagosas, en vez de cubrirle de barro, le cubría de oro.

De todo rumbo surge el vibrante grito de los vendedores de diarios que pululan llenando las calles como esas bandadas de avecillas que en el bosque cantan cuando el día llega, y es de admirar el contraste que ofrecen esos pilluelos diligentes y honrados, que a pulmón lleno proclaman su luminosa mercancía, pasando rápidos y sonoros por el lado del «repartidor de diarios» que, silencioso y grave, va echando por entre buzones, celosías y rendijas la doblada hoja impresa que aquéllos pregonan a gritos.

Sois como delegados del Sumo Repartidor de bienes, para que de lo vuestro deis una parte a los que nada tienen. »Que no se conozca nunca que has sido pobre, pues si descubres por entre tus sedas el paño burdo de tus primeros años, habrá tontos que se rían de ti. Instrúyete bien en las cosas que no has podido aprender en la pobreza. eres lista y harás grandes progresos.

El repartidor fué un judío llamado Jacob Aben Nuñes, físico de Enrique IV i su juez mayor; i el repartimiento de lo que cada aljama habia de dar es como sigue: Las aljamas del obispado de Burgos 30.800 mrs Las del de Calahorra 31.100. Las del de Palencia 54.500. Las del de Osma 19.500. Las del de Sigüenza 15.600. Las del de Segovia 19.500. Las del de Avila 39.590.

De estos cobraba mil por sus derechos el repartidor Jacob Aben Nuñez, i los cuatrocientos i cincuenta mil maravedís restantes pasaban al tesoro de la corona de estos reinos. El cual con las continuas guerras i con las revueltas de los pueblos andaba mui exhausto.

Supóngase, y esto baste, que muerto su padre, en cuanto llegó á Madrid, y solo en el mundo, se dedicó á gacetillero, á repartidor de prospectos..., á padre de la patria, á cualquiera cosa; pues por todos estos escalones y otros mil idénticos, hemos visto subir á otros muchos hasta la altura en que habitaba oficialmente el amigote de don Silvestre.