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Y besó con éxtasis aquellos ojos azules profundos, melancólicos, aquella tez nacarada, aquellos bucles dorados que circuían su rostro como un nimbo de luz. ¡Oh, qué hermoso pelo! ¡Qué cosa tan hermosa, Dios mío! Y apretaba sus labios contra él y hasta sumergía el rostro entre sus hebras con tanta voluptuosidad y ternura que estaba a punto de llorar.

Mi desaliento aumentaba, mis ojos se circuían de ojeras, y concluí por pensar que no siéndome soportable la vida lejos del hombre que amaba, lo más sencillo era irme al otro mundo. Evidentemente, este proyecto era bastante doloroso, pero me aferré a él con entusiasmo; lo meditaba y lo acariciaba, con una alegría casi enfermiza.

En otros términos: la escena principal, por medio de los carros que la circuían, estaba rodeada de otras escenas parciales, que se confundían con ella, engrandeciéndola con el auxilio de las cortinas, ó separaban á unas de otras, según las circunstancias.

A lo lejos, tras las cortinas de los árboles que circuían el verdoso estanque, sonaba el canto de un corro de niñas confundiéndose con el juguetón parloteo de los traviesos gorriones: /* Yo me quería casar, yo me quería casar con un mocito barbero.... */ Juanito sentía deseos de llorar como cuando escuchaba las romanzas italianas de Amparo.

Sin duda eran interesantes la Metafísica aristotélica y la Suma de Tomás el divino; pero más bello era «vivir» enamorado de unos labios rojos, dormir al pie de un árbol, saludar desde la cresta de un monte la salida del Sol. Y una madrugada, Enrique Thomas, alucinado por los trinos arpados de las alondras, brincó los altos muros que circuían la huerta del seminario y huyó de Burdeos.

Nos avinimos, pues, á purgar el delito de ser inconvenientes, y perdonamos sin pesadumbre aquel inocente conato de la cultura parisiense. Sobre esto dijimos algunas palabras mi mujer y yo, y los caballeros garçones que nos circuian estrechamente, formando en el espejo un grupo de cinco personas, una mesa y varios cubiertos, fallaron de propia autoridad que debiamos ser italianos.

Distribuídos éstos con las más exquisitas precauciones, á fin de que los objetos de nuestras atenciones no fuesen indignos de la dignidad de la fiesta, llegábase uno con la credencial á la huerta de Aspeazu, ó á la de mi amigo Mazarrasa; y allí estaba lo bueno; es decir, un gran cuadro de terreno al aire libre, cuidadosamente sorrapeado y regado; dos docenas de farolillos de vidrio y hoja de lata, fijos sobre otros tantos mangos de cabretón, que le circuían; ocho ó diez músicos agrupados en un ángulo, y el mismísimo repartidor, que guardaba la puerta y recibía los billetes.