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Mi desaliento aumentaba, mis ojos se circuían de ojeras, y concluí por pensar que no siéndome soportable la vida lejos del hombre que amaba, lo más sencillo era irme al otro mundo. Evidentemente, este proyecto era bastante doloroso, pero me aferré a él con entusiasmo; lo meditaba y lo acariciaba, con una alegría casi enfermiza.

La única virtud á que podía haberme aferrado, y á la que me aferré fuertemente hasta la última extremidad, ha sido la verdad; en todas las circunstancias lo hice, excepto cuando se trató de tu bien, de tu vida, de tu reputación; entonces consentí en el engaño.

A mis pies entreví una estrecha banda de tierra sobre la cual estaba en pie; detrás el abismo negro, sin fondo... A mi lado, vi a Roberto que venía a socorrerme, bajando lentamente y con precaución las gradas de lo que me parecía una escalera. ¿Dónde estás? gritó él. Y al mismo tiempo sentí que su mano, buscándome, avanzaba hacia . Entonces me arrojé contra él y me aferré a su cuello.

Así, no es de extrañar que, contra toda reflexión, nuestro instinto se aferré con tanta fuerza a la vida; que, contra todo valor, tiemble la mano al empuñar el arma homicida, que, contra todo esfuerzo sobre la voluntad, ésta se resista y a pesar del valor se tenga miedo. ¡Ah!

Pero si no estuviera ya honrada suficientemente por su mismo nombre, habría que declarar a la hierbabuena emblema del patriotismo. No existe ninguna hierba que se aferre más a la tierra donde ha crecido; se la puede arrancar, perseguir con el arado y la azada... es inútil; la hierbabuena vuelve a retoñar indómita. La cebolla es recia, valerosa, ardiente.