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Actualizado: 12 de junio de 2025


Y esta habitación está allí cerca, a la derecha de la puerta, recayente al patio, al final del zaguanillo de cuadrilongos ladrillos rojizos. La casa es de dos pisos, enjalbegada de yeso blanco, con rejas coronadas por elegantes cruces de Santiago.

Yo conocí una joven y linda novicia que tampoco quería tener más esposo que Jesucristo, y que se ponía furiosa cuando le hablaban de salir del convento, hasta que un Viernes Santo vió a cierto joven al través de la verja del coro. A los quince días la hermosa novicia abrió por la noche una de las rejas del convento y se arrojó a la calle, donde le esperaba su amante y hoy feliz esposo.

Además de esto, las rejas, que sólo dejaban ver la pared de enfrente; la aridez de la ciudad, donde no se encontraba una hoja verde; los aburridos paseos al lado del cura por aquel puerto de aguas muertas que olía a almeja corrompida y sin otros barcos que algunos veleros que llegaban a cargar sal... El día anterior, unos cuantos correazos más fuertes habían acabado con su paciencia. «¡Pegarle a él! ¡Si no fuese un cura!...» Se había fugado, emprendiendo a pie el regreso a Can Mallorquí; pero antes, como venganza, desgarró varios libros que el maestro tenía en gran estima, volcó el tintero sobre la mesa y escribió en las paredes vergonzosas inscripciones, con otras travesuras de mono en libertad.

Era el de la habitación en que había muerto la hija de los Marqueses. El Magistral recordaba haber estado allí, de rodillas, con un hacha de cera en la mano, mientras le daban a la pobre joven el Señor. Hacía mucho tiempo. Aquel balcón se abrió de repente. De Pas vio una figura de mujer que se apretaba a las rejas de hierro y se inclinaba sobre la barandilla, como si fuera a arrojarse a la calle.

Si él entraba al fin, le era imposible a ella disimular su alegría, y luego se estaban charlando horas y más horas, siempre en presencia de Doña Francisca, pues a mi señorita no se le consentían coloquios a solas ni por las rejas.

Tres o cuatro curiosos se habían parado a la puerta de la calle, y al través de las rejas de la cancela nos miraban sin curiosidad alguna, atentos sólo a la música. Cuando ésta cesó, siguieron su camino. Ea, basta de coloquio dijo Pepita, acercándose a su hermana y a , que aún continuábamos sentados. Llevan ustedes media hora juntos, y el reglamento de la casa no permite más que quince minutos.

Y como quiera que el golpe de mano debía estar ya preparado de tiempo atrás y ser sabedores de él los presos todos, prodújese al punto gran zalagarda en las salas, y en un abrir y cerrar de ojos se comenzaron á abrir rejas y calabozos con gran estrépito y algarabía, corriendo un grupo de más de cuarenta y tres presos hasta la puerta de la calle, por donde salieron con alborozo, y algunos, «con grillos se fueron hasta la Iglesia Mayor

Su cuerpo fino, delgado, vestido con negra sotana, parecía una columna de ébano destinada a sostener aquella cabeza. Dejose anegar por la onda tibia, bebiendo lentamente su dulzura, palpitando bajo su caricia como un pájaro prisionero. Alzó los ojos a la ventana. Por entre las rejas percibió el azul del firmamento, trasparente, infinito, convidando a volar por él. El cielo reía.

En la calle tranquila, de casas señoriales con panzudas rejas y grandes miradores, donde vivía doña Sol, encontraron a otros garrochistas que esperaban ante la puerta, inmóviles sobre sus caballos y apoyados en las lanzas. Eran señoritos, parientes o amigos de la dama, que saludaron al torero con amable llaneza, satisfechos de que fuese de la partida.

En el Índice, un señor empleado lee con toda calma la papeleta, y sin decirle palabra desaparece con ella por el foro. Nuestro sabio espera una buena media hora tocando el tambor sobre las rejas de la valla con las yemas de los dedos.

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