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Actualizado: 12 de junio de 2025
-No entiendo cosa de cuantas me decís, chica ni grande. -Pues este libro las dice -me respondió-, que se llama Grandezas de la espada, y es muy bueno y dice milagros; y para que lo creáis, en Rejas que dormiremos esta noche, con dos asadores me veréis hacer maravillas. Y no dudéis que cualquiera que leyere en este libro matará a todos los que quisiere.
»El comandante hizo ir a Gu-Ly a su presencia, ¿Se representa usted a mi marido frente a frente con el tal chino? Gu-Ly aseguró que los misioneros no tenían novedad, pero que habían infringido las leyes del país, y por lo tanto era preciso que sufriesen seis meses de cárcel. Mi marido quiso verlos y se le ofreció que se los enseñarían a través de las rejas.
Porque en tiempos pasados todo el edificar «era dentro del cuerpo de las casas, sin curar de lo exterior según que hallaron á Sevilla de tiempo de Moros. Mas ya en estos, hacen entretenimiento de autoridad tanto ventanaje con rejas y gelosias de mil maneras que salen á la calle.»
Se retiró un instante y volvió trayendo el crucifijo de bronce, que me pasó al través de las rejas. Al tomarlo me apoderé de aquella mano morena y firme y la besé cuantas veces pude con voraz glotonería. ¡Basta, chiquillo! ¿Crees que se va a concluir de aquí a mañana? Me retiré de la reja con pena, ebrio de amor y de alegría.
Volvió á salir secretamente por el postigo, llegó á la calle á donde daban las rejas posteriores de la casa de la duquesa, reconoció aquélla por donde había hablado Esperanza cuatro horas antes, la dejó atrás y se detuvo junto á la última y esperó.
No creyendo a mis ojos la miré y remiré, sin convencerme de que era realidad lo que ante mí tenía. Aquel vestido no era vestido, sino una informe hilacha que se deshacía al compás de los movimientos del individuo. La capa no era capa sino un mosaico de diversas y descoloridas telas; pero tan mal hilvanadas que el aire se entraba por las mil puertas, ventanas y rejas, obra de la tosca aguja.
Los ojos de la muchedumbre estaban fijos, clavados en el coro de las Bernardas, escrutando por entre sus rejas la portezuela del fondo. Al fin apareció. Venía igualmente escoltada por dos monjas. El traje de novicia la hacía un poco más vieja. Sin embargo, estaba hermosa, ¡muy hermosa!, porque lo era realmente aquella santa y extraordinaria criatura.
Los pobrecitos presos, agarraos a las rejas, como si fuesen malas bestias, le cantaban al Señó unas cosas muy tristes, unas saetas hablando de sus jierros, de sus penitas, de la madre que lloraba por ellos, de sus hijitos que no podían besar.
Ellas hacían frente a todos: bastaba pararse ante sus rejas para entablar diálogo, y los que pasaban sin detenerse eran perseguidos por las risas y los siseos irónicos que sonaban a sus espaldas. La viuda de Dupont no podía dominar a sus sobrinas, y éstas, por su parte, así como iban creciendo, mostrábanse más insolentes con la devota señora.
De noche se llenaban las calles de la ciudad de jóvenes embozados en sus capas, que salían en busca de aventuras amorosas, daban serenatas á sus amadas ó departían con ellas en las rejas de las ventanas, abandonándose á tiernos coloquios.
Palabra del Dia
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