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Actualizado: 4 de junio de 2025
Su extracto es muy corto: Una fría madrugada de invierno salían varios jóvenes calaveras de una casa en que imperaba la crápula y el desenfreno: al abrir la puerta, cayó al suelo un pobre barrendero que, hambriento y aterido, se había refugiado al hueco de su quicio para librarse de la nieve que caía con gran abundancia.
Pero se quedó mirando por el quicio de la puerta y su escándalo creció cuando vió que su señora y el joven caballero se asían tiernamente de las manos, y que el caballero se atrevía á dar un beso á su señora. ¡Oh, qué hermoso y qué gentil vienes, mi don Juan! dijo doña Clara, mirando arrobada al joven . Y cómo se conoce la ilustre sangre que te alienta.
Al mismo tiempo partió de la habitación un grito penetrante: «¡Socorro, Miguel! ¡Socorro!;» y a estas voces siguieron otros gritos desesperados que revelaban indecible terror. Presa de mortal angustia, permanecía yo en el más alto peldaño, asido al quicio de la puerta con una mano y sosteniendo en la otra la espada.
Brotó de entre los espectadores un clamoreo al ver ejecutar esta operación con tino y rapidez y oír retemblar las hojas de la puerta cuando la lápida cayó contra el quicio. Hacen barricadas exclamó una cigarrera que recordaba los tiempos de la Milicia Nacional. Borricadas, borricadas exclamaba una maestra , nos van a dar por cara todo este barullo.
Tanta pachorra sacaba de quicio a doña Lupe, que poniendo el grito en el Cielo, decía: «Estoy destinada a ser la víctima de estos tres idiotas... Cada uno por su lado me consumen la vida, y entre los tres juntos van a acabar conmigo... ¡Qué familia, Señor, qué familia! Si me viera mi Jáuregui, otro gallo me cantara. ¡Pero hombre de Dios, vaya que tienes una calma!
Procuraba también ocultarse y hacerles pensar que estaban solas, espiándolas por el quicio de las puertas o presentándose de golpe cuando menos lo esperaban. Al principio las domésticas no podían comprender qué significaban aquellos desusados pasos y lo tomaban como una de sus muchas extravagancias; pero así que lo supieron se mostraron tan ofendidas que resolvieron marcharse.
Apenas se detenía en la puerta de la cocina, apoyando un codo en el quicio y obstruyendo con su cuerpo la entrada da la luz solar, el viejo echaba mano á la botella de caña, preparando un «refresco» ó un «caliente» en honor del segundo. Bebían con lentitud, interrumpiendo el paladeo del líquido para lamentarse de la inmovilidad del Mare nostrum. Hacían cuentas, como si el buque fuese suyo.
Otro venía calle arriba dando voces, para que abrieran paso a los embajadores que salían con el escudo atado al brazo izquierdo, y la flecha de punta a la tierra a pedir cautivos a los pueblos tributarios. En el quicio de su casa cantaba un carpintero, remendando con mucha habilidad una silla en figura de águila, que tenía caída la guarnición de oro y seda de la piel de venado del asiento.
Una conmoción inmensa, un estrépito indescriptible me obligaron a apartar de la carta mi atención. Los marinos llegaban a la boca de los cañones, y un combate terrible, en que parecíamos llevar lo mejor, se había trabado. Esto era sin duda sublime; esto sacaba de quicio y conmovía el alma en su fundamento; pero ¿no había algo más en el mundo?
Mala noche pasó el pobre boticario a vueltas con sus inútiles investigaciones mentales; peor que Leto, mucho peor; porque éste, al fin, logró encontrar en medio de sus escozores y espasmos, ya que no un calmante de ellos, un remedio para sufrir hasta con gusto sus rigores; y fue que de pronto cayó en una idea en que hasta entonces no había caído de lleno, a causa de tener la sensibilidad fuera de quicio por la fuerza de sus aprensiones extremadamente pesimistas.
Palabra del Dia
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