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Actualizado: 4 de junio de 2025
La puerta del palacio era pequeña, De cobre, pero fuerte y muy fornida: El quicio puesto, y firme en dura peña, Con fuertes edificios guarnecida. Seguro que del pelo y de la greña, Del viejo del portero, que es crecida, Pudieramos hacer un gran cabestro: Oid pues del viejazo el mal siniestro.
El coche del general estaba en la puerta, reclinado el lacayo contra el quicio, tieso el cochero en el pescante con la fusta enarbolada.
Esta dificil y pesada carga Que el senado Romano me ha encargado, Tanto me aprieta, me fatiga y carga, Que ya sale de quicio mi cuidado: Guerra de curso tan estraño y larga, Y que tantos Romanos ha costado, Quién no estará suspenso al acabarla, O quién no temerá de renovarla?
Afortunadamente, aparecióseme de pronto una hada vieja, hilando en cuclillas arrimada al quicio de su puerta, le expuse mi deseo, y como aquella hada era muy poderosa, no necesitó más que levantar la rueca, y alzose al punto ante mí, como por arte de magia, el convento de las huérfanas.
A mi no me asusta nadie exclamé, tomando mi almohada y largándola de paseo al medio del cuarto. Blanca me miró con asombro. ¿Qué haces, Reina? ¡Oh! es una costumbre. Cuando estaba en el Zarzal, lanzaba siempre mi almohada por los aires, para hacer rabiar a Susana, a quien este modo de proceder sacaba de quicio. Como Susana no está aquí, te aconsejo que renuncies a tal costumbre.
Aquella tarde, al salir de los talleres, vieron las operarias, colgado cerca del quicio de la puerta, el cartel de rigor: «Habiendo sido cogida con tabaco en el acto del registro la operaria del taller de cigarros comunes, Rita Méndez, del partido núm. 3, rancho 11, queda expulsada para siempre de la Fábrica. El Administrador Jefe, FULANO DE TAL».
Garmendia les sacaba fuera de quicio con sus observaciones, al parecer ingenuas, pero de doble fondo. El boticario decía, por ejemplo, que había conocido algún protestante o judío, buena persona, y añadía que era para él muy extraño y muy triste que un hombre que profesaba una religión falsa pudiera ser mejor que muchos católicos.
En ciertos momentos dejaban éstos sobre sus rodillas para aplaudir y gritar: «¡Bravo!»; pero volvían á recobrarlos y los desplegaban, riendo de la dueña de la casa bajo el amparo de su tela. Robledo estaba detrás de ellas, apoyado en el quicio de una puerta y medio oculto por el cortinaje.
Con estas malas impresiones subió Benina la escalera, tan descansada como lóbrega, con los peldaños en panza, las paredes desconchadas, sin que faltaran los letreros de carbón o lápiz garabateados junto a las puertas de cuarterones, por cuyo quicio inferior asomaba el pedazo de estera, ni los faroles sucios que de día semejaban urnas de santos.
Ni juego, ni bebida, ni mujeres le sacaban de quicio. En política era naturalmente doctrinario. Su madre le juzgaba mozo de gran porvenir y altos destinos, porque dejándole la paga para gastos menudos y diversiones, Baltasar ahorraba y nunca se halló sin blanca en el bolsillo del chaleco.
Palabra del Dia
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