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Actualizado: 4 de junio de 2025
Dábase a pensar que el P. Gil correspondía a su amor, y para creerlo sacaba de quicio todas sus palabras y acciones. Una vez que le había apretado la mano con más fuerza, otra que le había sonreído desde lejos, otra que se había ruborizado al encontrarla, etc., etc. Todo lo convertía en sustancia. Luego el viaje a Palencia era objeto para ella de un minucioso y febril examen.
Estaba ella en el quicio de una puerta, temerosa de dejarse ver a la luz del sol y mostrando al mismo tiempo su casi desnudez, cubierta con un simple kimono rosa que transparentaba el contorno de su cuerpo. Los brazos y parte del pecho delataban la frescura de un baño reciente.
Estos monosílabos guturales los emitía con todo el grueso de su gruesísima voz, y con tal acento de sarcasmo infame y de grosería, que habrían sacado de quicio a personas de menos paciencia y flema que Sor Natividad y sus compañeras.
¿Dónde estaba aquella tarde de infames maquinaciones la niña dulce y buena de los ojos garzos?... No había encontrado ningún regazo suave donde llorar, ningún amable retiro donde consolarse. Estaba escondida como un delito, oculta como una pena, en el cuartito del sobrado, recostada con fatiga y desaliento en el quicio de la ventanuca.
Muchísimo se alegraba de verle tan sereno; pero la sacaba de quicio el pensar que se volvería razonable hasta el punto de compadecerse de su mujer, y asignarle alguna pequeña renta para que no pidiera limosna o se prostituyese. No, el otro, el que había roto los vidrios, era el que los tenía que pagar.
El asalto fué rapidísimo, abatiéndose los obstáculos con esa facilidad que parece centuplicar la fuerza de los ataques populares en días de revolución triunfadora. La puerta cayó rota, y toda la ola humana se revolvió un momento en su quicio, penetrando después á borbotones en el interior de la casa.
¿Y por qué no se le dan alimentos sanos, buenos caldos, leche, huevos? Y no que lo que come no son más que mariscos. ¡No quiere! respondió con desaliento el padre. Morirá de mal mandada opinó Momo, que se había apoyado cruzado de brazos en el quicio de la puerta.
La consistencia del amor se prueba en el matrimonio; sólo una larga convivencia nos demostrará si el corazón está bien puesto, en quicio permanente. Por lo demás algo hay de cierto en eso de que el matrimonio es la tumba del amor. No en balde la frase goza de tanta difusión en el mundo.
«La romántica» no existía para él. Cuando más, le dedicaba un bufido irónico al verla erguida en la puerta á la hora del atardecer contemplando el horizonte, ensangrentado por la muerte del sol, con un codo en el quicio y una mejilla en una mano, imitando la actitud de cierta dama blanca que había visto en un cromo esperando la llegada del caballero de los ensueños.
«¡Diez mil reales! murmuró Rosalía mirando al suelo y contando las sílabas como si fueran monedas . Con la quinta parte tendría yo bastante». Diga usted; D. Francisco... indicó Milagros con animación, dando a entender que el bendito Bringas debía de tener ahorros. ¡Cállese usted por Dios! Si mi marido supiera... replicó la otra aterrorizada . Estas cosas le sacan de quicio. ¿Y Cándida?...
Palabra del Dia
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