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Actualizado: 4 de junio de 2025
Poco a poco hemos ido intimando, y toda la inquina que le tenía se ha evaporado. Es tan honradito el pobre Ponce, que todo lo que escribe es de conciencia, y hasta cuando elogió el dramón aquel que a mí me sacaba de quicio, lo hizo porque le salía de dentro.
Los niños lloraban de frío, ocultando las manos bajo los sobacos; las mujeres de voz aguardentosa se encogían como fieras en el quicio de una puerta, para pasar la noche; los vagabundos sin pan, miraban los balcones iluminados de los palacios o seguían el desfile de las gentes felices que, envueltas en pieles, en el fondo de sus carruajes, salían de las fiestas de la riqueza.
La señora suspiró más hondo todavía, como si quisiera arrancarse de allí dentro algo que la incomodaba enormemente; este mudo comentario á su pensamiento, que parecía confirmarlo en su elocuente silencio, sacó de quicio a Angelita.
Se abrió la puerta para dar paso á Canterac; pero éste permaneció inmóvil en el quicio algunos momentos, deseoso de que todos le viesen bien. Iba vestido de smoking, con pechera dura y brillante, y mostraba cierta indolencia aristocrática al andar, lo mismo que si entrase en un salón de París.
Solía marcar el compás con la punta de un pie, azotando el suelo, y en los pasajes de mucha expresión, con suaves ondulaciones de todo el cuerpo, tomando por quicio la cintura.
En cuanto a lo de que mi hermano pudiera propasarse conmigo, añadió sonriendo como guapo amenazado mire Vd., tampoco a mí me faltan bríos. La descarada sonrisa del cura y su ademán de amenaza, sacaron de quicio a Millán. No necesita Vd. insistir en ello: conozco esa mansedumbre perfectamente sacerdotal. ¡Caballero! Hombre, casi me alegro de que me haya usted dado ocasión de desahogarme.
Y la verdad es que el mar no comprende las pasiones á medias. No sé qué embriaguez eléctrica se encierra en él, que quisiéramos absorber cuanto contiene. Renacimiento del alma y de la fraternidad. Tres formas de la Naturaleza dilatan y engrandecen nuestra alma, sácanla de quicio y la hacen bogar en el infinito.
¡El rey! Sí, el rey ama á doña Clara: tibiamente, eso sí; pero la ama cuanto puede amar, como no ha amado á ninguna mujer... ya ves: cuando siendo tan devoto y tan temeroso de Dios se ha atrevido á arrojarse á pretensiones... la mujer que ha sido capaz de sacar de quicio á su majestad, tiene no sé qué poder, que Dorotea no tiene... Dorotea, pues, amando al marido de doña Clara es una mártir, y ya que no puedo evitar su martirio, quiero vengarla, y la vengaré.
Con esto consiguió adquirir en la villa cierta celebridad que acabó de exasperarla. Un solo ejemplo dará la medida de la altura a que había llegado la insensatez de Juana. Menudeaban allí los bailes y las recepciones entonadas, a maravilla; y, naturalmente, nadie se acordaba de invitar a la tabernera. Pues estas desatenciones sacaban de quicio a Juana.
El estremecimiento y el ruido dejaron a Bou parado y sin aliento, los vidrios estallaron en pedazos mil, la puerta de la casa saltó del quicio, y el vecindario, alarmadísimo, salía gritando a la calle con pánico horrible... ¡Ah pillete aristócrata! dijo Bou serenándose al comprender lo que era . ¡Si te cojo!...».
Palabra del Dia
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