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Señora, señora mía dijo, ó quiso decir Migajas mi dicha es tanta que no puedo expresarla. Pues bien manifestó la señora con majestad puesto que quieres ser mi esposo, y por consiguiente, Príncipe y señor de estos monigotiles reinos, debo advertirte que para ello es necesario que renuncies á tu personalidad humana. No comprendo lo que quiere decir Vuestra Alteza.

Acaso tenga posición más desahogada que la nuestra; pero, una cosa es el bienestar, y otra la esfera de cada uno. Hoy por hoy, no tenemos dinero; pero ni nuestros padres ni nuestros abuelos han sido menestrales. Créeme, Leocadia, no te comprometas con nadie; no renuncies a tu libertad de acción. No has nacido para mujer de un jornalero.

A mi no me asusta nadie exclamé, tomando mi almohada y largándola de paseo al medio del cuarto. Blanca me miró con asombro. ¿Qué haces, Reina? ¡Oh! es una costumbre. Cuando estaba en el Zarzal, lanzaba siempre mi almohada por los aires, para hacer rabiar a Susana, a quien este modo de proceder sacaba de quicio. Como Susana no está aquí, te aconsejo que renuncies a tal costumbre.

Nada de eso: me parece que, aunque sea un buen chico, no está justificado que renuncies por él a lo que te reserve el porvenir. Nadie sabe lo que es el porvenir para una doncella.

Pues será necesario que renuncies á verme. ¡Juan! exclamó Luisa, cuyos ojos se llenaron de lágrimas. Preciso de todo punto: las cosas se ponen de manera que no se puede pasar más adelante. ¿No oyes que esta noche la reina ha salido á la calle? ¡Oh! no, eso no puede ser. ¿Que la amparaba un hombre desconocido?... ¡Dios mío! ¿pero qué tengo yo que ver con todo eso?