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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Eran golfos de poderosos pulmones, que para atraer al público se agitaban como epilépticos, corriendo en torno de su puesto, manoteando, exhibiendo sus artículos, entregándolos a ciertos compinches que se fingían compradores para impulsar a la gente reacia. ¡Aquí! ¡al tío que se ha vuelto loco y todo lo regala! gritaba uno con voz de trueno.
El señor de Maurescamp, después de leer esto, dobló el billete, púsolo en el sobre y lo entregó al muchacho, alejándose en seguida. Hora y media después, el duelo tenía lugar en el bosque de Mames, y el señor de Maurescamp había recibido una herida en medio del pecho. Creyose por mucho tiempo que no sobreviviría, pues sus pulmones estaban atacados. Pero la fuerza de su temperamento lo ha salvado.
Que estuviera yo lejos de creer que se mataba de dolor, absolutamente no. Pero él no era hombre capaz de sacrificar a nadie a su egoísta felicidad, y por eso nos dejaba libre a mí y a ella. Además, sus pulmones no daban más... era cuestión de tiempo. Que hiciera feliz a María, como él hubiera deseado..., etc. Y dos o tres frases más. Inútil que le cuente en detalle mi turbación de esos días.
El aire, oxigenado y regenerador, penetraba en los pulmones de Julián, que sintió disiparse inmediatamente parte del vago terror que le infundía la gran casa solariega y lo que de sus moradores había visto.
Oyolo también el ciego; volviose bruscamente y dijo sonriendo con placer y orgullo: ¿La oye usted? Antes oí esa voz y me agradó sobremanera. ¿Quién es la que canta?... En vez de contestar, el ciego se detuvo, y dando al viento la voz con toda la fuerza de sus pulmones, gritó: ¡Nela!... ¡Nela! Ecos sonorosos, próximos los unos, lejanos otros, repitieron aquel nombre.
En la provincia, cuya capital era Vetusta, abundaban por todas partes montes de los que se pierden entre nubes; pues a los más arduos y elevados ascendía el Magistral, dejando atrás al más robusto andarín, al más experto montañés. Cuanto más subía más ansiaba subir; en vez de fatiga sentía fiebre que les daba vigor de acero a las piernas y aliento de fragua a los pulmones.
Pero pasan los diez meses de cadena, los diez largos meses de estudios, y llegan los días felices de vacaciones: la juventud adquiere su libertad; vuelve al campo, ve nuevamente los álamos del prado, los árboles del bosque, y la fuente sobre cuyas aguas flotan ya las primeras hojas amarillas que el otoño marchita; llenan sus pulmones con el aire puro de la campiña, renuevan su sangre, fortalecen un cuerpo y todos los aburrimientos de la escuela serán insuficientes para hacer que desaparezcan del cerebro los recuerdos de la naturaleza libre.
No soplaba ni la más leve brisa; los huertos impregnaban con su olorosa respiración la atmósfera encalmada; dilatábanse los pulmones como si no encontrasen aire, queriendo aspirar de un golpe todo el espacio. Un estremecimiento voluptuoso agitaba la ciudad, adormecida bajo la luz de la luna.
El do es terrible, pero el pecho es magnífico, y lo que hay dentro del pecho, el corazón, supera a toda magnificencia. Al gritar Rosalía parece que se le dilatan los pulmones. Con ninguna otra palabra su voz sube tan alto. Yo me río como una loca; pero la verdad es que ese do de pecho penetra en lo más hondo del mío. ¿Quieres creer que hasta como tenor me gusta Ricardo? ¡Es el colmo, hijita!
El hierro era la sangre de Bilbao, el aire de sus pulmones, y al faltar de repente, caería la villa ostentosa con repentina muerte, desaparecería, como el decorado de una comedia de magia, aquella riqueza creada de la noche á la mañana, que era para la masa infeliz una opulencia insultante.
Palabra del Dia
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