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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Al angustioso movimiento de los pulmones uníanse ahora nerviosos estremecimientos, cada uno de los cuales parecía repercutir en los dos hermanos. Don Juan palidecía como si sufriera los movimientos dolorosos de aquel cuerpo inerte, y miraba a su hermana con la misma expresión que si fuese ella la que martirizara al enfermo.

Esperábannos ya alrededor de la mesa mi tía, mis dos primitas, que, en el vigor de la robustez y de la juventud, hubieran podido marear á un estoico con algo menos de rubor y con un poco más de coquetería, y el predicador que debía hacer el panegírico del santo aquel día. Era un franciscano exclaustrado, párroco de uno de los pueblos inmediatos, y orador de tanta fama en la comarca como pulmones.

Las imprecaciones y los gritos estentóreos de mi tía Medea se prolongaban hasta altas horas de la noche; tenía unos pulmones dignos de alimentar el órgano monstruo de Albert Hall; y sus iras inclementes y casi mitológicas, brotaban de sus labios como un torrente de lava hablada, en medio de gesticulaciones y de ademanes dignos de una sibila que evacua sus furores tremendos.

Maltrana fue allá, y vio a su madre en una cama, con los pómulos enrojecidos, la piel ardorosa y los labios violáceos, exhalando el estertor de sus pulmones congestionados. El joven, recordando el dinero que aún guardaba en su casa, sintió cierto rubor al ver a su madre en aquella sala triste, de fría desnudez, junta con otros enfermos.

La fuerza muscular ha tenido tambien su voto; se han blandido puñales, se han menudeado los garrotazos; la campanilla del presidente ha resonado entre el ruido de voces estentóreas, y de pulmones de bronce. Don Marcelino pertenece al partido derrotado, y ha tenido que salvarse á escape.

Me ha dejado aturdido el grito del guarda dijo Lorenzo, por romper el silencio que siguió a la discusión que provocó Ricardo. ¡Realmente! ¡Qué pulmones! repuso Melchor, agregando: ¡Cómo se conoce que ese hombre vive viajando! ¿Y quién te dice que no vive en Buenos Aires? replicó Ricardo. ¡Sus pulmones, el timbre de su voz y el color de su cara!

El almuerzo esperaba hacía mucho rato; en aquella casa se comía al uso antiguo: las doce en punto. Sentáronse a la mesa, y Febrer, que estaba al lado del dueño, sintióse molestado por su respiración jadeante, por las grandes aspiraciones con que interrumpía sus palabras. En el silencio que envuelve siempre el principio de toda comida, sonó penosamente el silbido de sus pulmones enfermos.

Entró en el bosque y lo atravesó con pie ligero: la sombra espesa aún de su follaje la sofocaba. Cuando los árboles se enrarecieron dejando paso a los rayos del sol se detuvo un instante y respiró a plenos pulmones con la sonrisa en los ojos. Y ya más libre y tranquila siguió caminando lentamente entre las encinas y chaparros hasta tocar en los bordes de la laguna.

Lo cual debió causar una gran alegría al hombre del Harberg. Una vez fuera, Materne, respirando el aire frío con toda la fuerza de sus pulmones, exclamó: ¡Y cuando pienso que hubiera podido sucedernos lo mismo! respondió Kasper ; recibir una bala en la cabeza, eso no es nada; pero que le descuarticen a uno de esa manera y tener luego que pasar el resto de su vida pidiendo limosna...

Y embriagado cada vez más por la luz meridional y aquellos perfumes primaverales en pleno invierno, torció por una callejuela, dirigiéndose al campo. Al salir del antiguo barrio de la Judería y verse en plena campiña, respiró con amplitud, como si quisiera encerrar en sus pulmones toda la vida, la frescura y los colores de su tierra.

Palabra del Dia

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