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Actualizado: 23 de mayo de 2025
El amante también estaba poco dispuesto al sueño; mas era porque el entusiasmo le hacía cosquillas en el epigastrio, atravesándole un bulto en el vértice de los pulmones, con lo que le pesaba el respirar, y además poníale candelas encendidas en el cerebro. Por más que él soplaba para apagarlas y poder dormirse, no lo podía conseguir. Su tía estaba con él un poco seria.
Aire... espacio... libertad; se ahogaba en las calles tortuosas, con sus paredes que parecían aproximarse para cerrarle la marcha; necesitaba horizontes inmensos, para no creerse aplastado, para poder ensanchar sus pulmones y arrojar la cruel madeja de suspiros que se apelotonaba en su garganta.
Moro hacía sonar su famoso serpentón hasta echar los pulmones, mientras el marica de Sierra, que había sido uno de los más activos promovedores de la cencerrada, se metía traidoramente en casa de D. Juan, vendiéndose como amigo fiel, para espiar en realidad lo que allí pasaba.
Cuando al cabo de un rato largo levantó la cabeza, el susto que recibió le hizo dar un salto en la silla. D. Álvaro se estaba muriendo. Tenía la boca abierta y recogía en silencio el aire, que ya no bastaba a mover sus deshechos pulmones. ¡D. Álvaro! ¡D. Álvaro! le gritó, sacudiéndole. No respondió. El P. Gil cogió el abanico que estaba sobre la mesa de noche y se apresuró a darle aire.
Y en punto á pulmones y á resuello, no ya para encaramarme al Parnaso corriendo detrás de las bacantes, no ya para tocar todas las flautas y clarinetes del mundo, sino para mover las aspas de un molino, entiendo que tengo de sobra. Pero, tío, si D. Carlos no ha soñado en V. ni ha pensado en mí. Vamos, muchacha, no seas hipocritilla.
Mi amigo, que se anunció con un resoplido digno de mejores pulmones pues el pobre no los tiene muy sanos tomó sillón y alientos. ¿Has recibido mi carta? Sí. ¿Presumes á qué vengo? No. Pues vamos al grano. ¿Quieres acompañarme á un viaje? ¿Por mar ó por tierra? Por mar. Pero ¡hombre! tú estás empecatado. Es la época de los baguios.
Estuve un largo rato tumbado en el suelo, boca arriba y con ambas manos sobre los ojos, porque sólo así encontraba el absoluto descanso que me era indispensable entonces. Sentía fuertes latidos en el corazón que repercutían en las sienes, y al vivo compás de este golpeteo funcionaban mis pulmones.
¿Adónde me llevará usted, papá? ¿A Nápoles? No, hija mía, porque a Nápoles está demasiado lejos para ir allá de un tirón sin hacer ni un descanso. Además, Nápoles ofrece el inconveniente del sirocco, que agosta las flores, y la tenue ceniza del Vesubio, que abrasa los pulmones de las niñas. No llegaremos allí; nos detendremos en Niza...
Stein empezó por preguntar al padre algunos pormenores sobre la enfermedad de su hija; acercándose después a la paciente, que estaba amodorrada, observó que sus pulmones se hallaban oprimidos en la estrecha cavidad que ocupaban, y estaban irritados de resultas de la opresión. El caso era grave.
Los pajarillos hacen sus nidos en los árboles; el mar azul acaricia dulcemente la arena de la orilla; el sol generoso deposita sus bienhechores rayos sobre mis pobres manos pálidas y enflaquecidas; siento circular en mis pulmones un aire dulce y penetrante como su voz de usted, mi buena mamá.
Palabra del Dia
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