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Actualizado: 24 de julio de 2025
Miguelina comenzó diciendo Delaberge, perdóneme que vuelva sobre tan doloroso asunto, pero un interés mayor lo exige así... No eran vanos sus temores; mi vuelta a Val-Clavin ha despertado la maledicencia y hace un momento me he encontrado en el camino con una mujer a quien usted conoce muy bien, la Fleurota.
No; yo juro por mi alma que no. Perdóneme el lector este arranque ... no sé de qué: quizá es orgullo, quizá es vanidad, acaso es una ridícula jactancia; pero me parece que si yo hubiera sido el padre, el tio, el hermano, el amigo siquiera, de esa infeliz mujer, esa mujer estaria en su casa.
No, no me importa manifestó Lázaro, cuyas penas se recrudecieron en aquel momento; No me importa que me traten con desdén, que me aborrezcan todos, que me detesten. Yo no he nacido para otra cosa. Está usted muy agitado. ¿Y delante de mí se desespera usted de ese modo? dijo la devota con suave acento do reprensión. Perdóneme usted, señora; no sé lo que digo.
Esta Joaquina es mi esposa, para servir a usía. Quiere mucho a usía y le manda conmigo mil respetuosas y cariñosas expresiones. Mil gracias dijo doña Luz, interrumpiendo a don Gregorio . Deje V. el tratamiento y llámeme de usted, y perdóneme además si le digo con franqueza que aligere su cuento porque me muero de curiosidad. Tenga V. calma, señora marquesa; tenga V. calma.
Sólo la muerte puede librarme: yo debería esperarla, porque no tardará; pero el mal no espera, no. »Si la apeno, perdóneme usted. Piense usted que no tengo a nadie más en el mundo a quien decir estas cosas en esta hora extrema. Todavía quisiera dirigir a usted otro ruego: acepte usted mis memorias, que dejo para usted. Estoy segura de que las conservará usted con el amor que siempre me ha tenido.
¡No puedo, madre, no puedo; perdóneme! replico aquélla haciendo esfuerzos por contenerse, sin resultado alguno. Déjela usted reír. La verdad es que la cosa tiene más de cómica que de seria dije yo afectando buen humor, pero irritado en el fondo. Estas palabras, en vez de alentar a la hermana, sosegaron un poco sus ímpetus y no tardó en calmarse.
Después de algunos minutos de silencio, levantó la cabeza, miró á su hijo adoptivo con dulzura y dijo con voz enternecida: Así pues, hijo mío; ¿eso es más fuerte que tú? ¿Es absolutamente preciso que la vuelvas á ver? Á estas palabras tan afectuosas, tan verdaderamente paternales, Mauricio, conmovido, balbuceó con voz alterada: ¡Oh! mi querido padrino, perdóneme usted, pero ¡es tanta mi pena!...
¡Señor Marqués, perdóneme! Quise levantarme, quise hablar, pero en vano. Me hallaba petrificado en mi sillón. ¡Señor Marqués continuó, dígnese perdonarme! Hallé en fin la fuerza suficiente para acercarme á él; á manera que yo me aproximaba, él se retiraba penosamente hacia atrás como para escapar á un contacto pavoroso.
No; y precisamente por eso se alejó de mi hijo, pues no quiso contraer deudas para asociarse á sus gastos... ¡Ese fué el principio del desastre! Perdóneme usted si insisto, pero es de toda necesidad. ¿Cuando Jacobo conoció á esa desgraciada mujer que le condujo á la locura... á esa Lea Peralli, estaba todavía Sorege en buena amistad con él? Seguramente.
Á todos sus ruegos y razones respondía cada vez con mayor energía: «¡no quiero! ¡no quiero!» El mismo capitán fué desairado. Perdóneme usted, D. Félix le respondió con resolución la altiva zagala. Todo cuanto usted me mande lo haré menos eso. ¡Dejarla! ¡dejarla! exclamó Jacinto con voz alterada. No la molestéis más. Ya no quiero esa prenda de sus manos. Que me la entregue quien no me desprecie.
Palabra del Dia
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