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Actualizado: 24 de julio de 2025


María Teresa comprendió que los sentimientos que invocaba no harían jamás vibrar ninguna cuerda en Huberto. Renunció a convencerlo y dijo conciliante: ¡Qué fastidiosa soy! ¿verdad? Perdóneme, pero mi padre me inspira tanta admiración que estoy mal preparada para apreciar a los que no tienen su ideal de vida.

Felicia en vez de responder rompió á llorar hilo á hilo como su hija, de tal modo que ésta se vió al cabo necesitada á consolarla. ¡Nunca pensara, Demetria, que me habías de dar un disgusto tan grande! articulaba entre sollozos que la rompían el pecho. Demetria atribulada la besaba y la abrazaba con anhelo. Perdóneme, madre... yo no quería disgustarla... ¡No llore, madre, no llore!

¡Oh!, no son disparates replicó el farmacéutico, dando algunos pasos delante de ella y procurando que dichos pasos fueran todo lo airosos posible . Perdóneme usted mi atrevimiento. Yo las gasto así; siempre he sido Juan Claridades, y cuando una idea quiere salir de , le abro la puerta para que salga, porque si la dejo dentro, estallo... Pues decía... ¿Se va usted a enfadar?

La audacia no abandonó a la niña, la audacia de la mujer enamorada. ¡Ay, perdóneme usted, León! Cuando se lo concedí a usted no me acordaba que ya lo tenía comprometido con Pepe respondió en un tono que podía envidiar la más consumada actriz. El conde se retiró diciendo algunas palabras de cortesía, que no pudieron ocultar su mal humor.

Amaury se apresuró a estrechar la mano a la morena, diciéndole sonriente: Perdóneme usted, querida Antoñita; ante todo tenía que presentar mis disculpas a la que había asustado mi torpeza: he oído el grito de Magdalena e instintivamente he corrido hacia ella. Y volviéndose hacia el aya, añadió: Señora Braun, tengo el honor de saludarla.

Pero ¿qué responder al señor chantre, si por acaso lee estos renglones? ¡Perdóneme el reverdecimiento extemporáneo que denotan las anteriores frases, y crea que á también se me alcanza, aunque no lo practique, que lo mejor de todo es envejecer y morir tan santamente como envejece y morirá su señoría!

Ella me miró, como para penetrar el fondo de mi pensamiento, y replicó: Estoy desolada... pero perdóneme usted mi abominable egoísmo. Es una dicha que sus sospechas hayan recaído en otra, porque yo me voy a casar con Máximo. Lo . Me temblaban las manos y los labios, y mis nervios, en intolerable tensión, me dejaban apenas fuerza para hablar.

Calle, por amor de Dios, y tenga vergüenza de lo que ha dicho, y tome mi consejo, y perdóneme, y cásese luego en el primer lugar que haya cura; y si no, ahí está nuestro licenciado, que lo hará de perlas.

Habría también que repartir el entendimiento y la virtud, y eso es imposible. Yo no he hecho sino pensar que, si a veces la fortuna escoge bien aquellos a quienes favorece, otras, en fuerza de ser ciega, raya en cruel. Perdóneme Vd. Conozco que he cometido una torpeza. Pero no toda la culpa es mía. ¿Por qué, señorita? No he debido enseñar a Vd. ese trasto.

Al lado de la señora Laroque estaba sentada una señora que tejía: en su semblante triste y poco gracioso, no pude desconocer á la prima en segundo grado, viuda del agente de cambio, fallecido en Bélgica. La primera mirada que arrojó sobre la señora Laroque parecióme llena de una sorpresa que rayaba en estupor. Me hizo repetir mi nombre. Perdóneme... señor... Odiot, señora...

Palabra del Dia

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