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Ello es que yo, y perdóneme Dios el concepto grosero que formo de su reino, ello es, repito, que aun suponiendo que, acrisolado y purificado por mil tormentos, que hacen un purgatorio de mi vida, logre entrar en el cielo, haré en él tan insignificante, vil y desairado papel como el que en la tierra he hecho. ¿Qué seré yo al lado de los santos gloriosos, de los heroicos mártires, de los que asombraron al mundo con sus penitencias, de los que difundieron por cuantos son sus climas y, regiones la hermosa doctrina del Cordero inmaculado?

Pues , señora, tal vez una vuelta por allí... En estos sitios de baños hay tan pocos recursos para distraerse, que si uno no aprovecha las fiestas... Sin embargo, si usted no quiere, no iré. ¿A qué me importa que usted vaya o no vaya? respondió con viveza; pero volviendo sobre de repente, añadió: Digo, no, perdóneme usted y que me perdone Dios; he dicho una necedad.

¡Máximo! ¡Máximo! por favor, por piedad, en nombre de Dios, hábleme, perdóneme. Me levanté y la vi en el hueco de la ventana, en medio de una aureola de pálida luz, con la cabeza desnuda, los cabellos caídos, la mano crispada sobre el travesaño de la cruz, y los ojos ardientemente fijos sobre el sombrío precipicio. No tema nada le dije. No me he hecho mal alguno.

Me había levantado muy agitado. El señor Laubepin, que había dado algunos pasos por el gabinete, me tomó del brazo. Perdón, joven me dijo, pero yo amaba á su madre de usted, la he llorado; perdóneme... Después, volviéndose á colocar delante de la chimenea: Voy á continuar añadió con el tono solemne que le es habitual. Tuve el honor y la pena de redactar el contrato matrimonial de su señora madre.

Pero perdóneme vuestra merced, señor mío, si le digo que de todo cuanto aquí ha dicho, lléveme Dios, que iba a decir el diablo, si le creo cosa alguna. ¿Cómo no? -dijo el primo-, pues ¿había de mentir el señor don Quijote, que, aunque quisiera, no ha tenido lugar para componer e imaginar tanto millón de mentiras? -Yo no creo que mi señor miente -respondió Sancho.

Por supuesto que era absolutamente innecesario que dicho señor perdiera las dos manos, pero como no me gustaba nada su manera de interpretar Beethoven, decidí cortar el mal de raíz; y perdóneme esta ligera plaisanterie. Por aquel tiempo conocí a Matilde. No recuerdo si fué en un baile en el palacio de la Princesa Dorodinski, o si fué en las carreras de caballos.

Por el tono cordial del individuo, comprendió Frasquito que era un infeliz, de estos que expresan con el modo de mirar todo lo contrario de lo que son. «Usted dirá... Perdóneme, Sr. de Ponte... Quería saber, siempre que usted no lo lleve a mal, si es verdad que Antonio Zapata y su hermana han tenido una herencia de tantismos millones.

Perdóneme y olvide. Déjeme con mis penas. Ahora que me ha amado, pero es... No pudo terminar la frase, porque se bañó en lágrimas. lo que quiere usted decir le dije confundido. Demasiado tarde... , demasiado tarde. Nuestras dos existencias han sido destruidas por mi necedad... porque le oculté lo que como hombre sincero y honrado debía habérselo dicho hace ya mucho tiempo.

Perdóneme; ¿quiere usted permitirme que le pregunte, señorita, si monta usted ese animal? , señor, pero con dificultad. ¡Pues bien! puede ser que ella sea menor cuando lo haya yo montado una ó dos veces. Esto me decide. Haga usted ensillar á Proserpina, Alain.

Pero veo que usted se admira de que le haya traído de comer. ¡Ah! confieso mi falta. Pero no he podido resistir los impulsos de la compasión. He sido débil; no he nacido para el rigor, y confieso que no tengo carácter, como debiera, para sostener la rigidez de la disciplina. Si he cometido una falta, perdóneme usted.