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Actualizado: 2 de junio de 2025
No hace falta contestó De Pas, horrorizado ante la idea de que le vieran en sotana. Y sin perder un ápice de su dignidad, de su gravedad ni de su gracia, subió como una ardilla al travesaño más alto, mientras el manteo flotaba ondulante a su espalda. Perfectamente dijo metiendo los brazos por donde poco antes había introducido los suyos Mesía. Aplausos en la multitud.
¡Máximo! ¡Máximo! por favor, por piedad, en nombre de Dios, hábleme, perdóneme. Me levanté y la vi en el hueco de la ventana, en medio de una aureola de pálida luz, con la cabeza desnuda, los cabellos caídos, la mano crispada sobre el travesaño de la cruz, y los ojos ardientemente fijos sobre el sombrío precipicio. No tema nada le dije. No me he hecho mal alguno.
Se acercó a la jaula «del tordo más filarmónico de la provincia, sin vanidad». El tordo estaba enhiesto sobre un travesaño, con los hombros encogidos; pero no dormía. Sus ojos se fijaron de un modo impertinente en los de su amo y no quiso reconocerle.
A la izquierda de tal cocina se veía otra caverna con una puerta irregular, más ancha por arriba que por abajo, que se cerraba por medio de dos tablas y un travesaño. Y ¿dónde está Marcos? dijo Hullin sentándose cerca del hogar. Ya le he dicho que está durmiendo; ayer vino muy tarde, y hay que dejarle dormir, ¿lo oye usted? Lo oigo muy bien, Hexe-Baizel, pero no tengo tiempo de esperar.
Las parejas de mulas, curiosamente enjaezadas, entran, dirigidas cada una por dos mozos de uniforme especial, al trote solamente. Un travesaño pendiente de las correas del tiro, con garfios de fierro, agarra el cadáver de un animal, casi hecho trizas; los látigos traquean, y las mulas parten á escape, como demonios frenéticos, saltando, tirando coces y bufando, estimuladas á golpes.
A todo esto llovía, llovía, y la tarde de invierno caía prontamente, y el celaje gris ceniza parecía muy bajo, muy próximo a la tierra. Chinto encendió el candil de petróleo, y trajo caldo a la paralítica, y permaneció sentado, sin chistar, con las rodillas altas, los pies apoyados en el travesaño de la silla, la barba entre las palmas de las manos.
Daba el ventanillo a la plaza de la fuente, en donde el día anterior se había encontrado con el extranjero. Saltó al suelo y se sentó en el banco. La reja, era alta, pequeña, con tres barrotes sin travesaño.
Yo a horcajadas en una silla, o puesto un pie en el travesaño. Ella, escuchándome cariñosa; yo, bañado en la luz de sus rasgados ojos. A las veces, si algún ruido nos anunciaba que tía Pepa venía, sin motivo, sin saber por qué, nos despedíamos de prisa, y salía yo con rumbo a los barrios más distantes. Volvía yo a la hora del desayuno.
Palabra del Dia
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