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Poco más dijo, y Benina llegó al mayor grado de confusión y vértigo de su mente, pues el sacerdote alto y guapetón que poco antes viera, concordaba con el que ella, a fuerza de mencionarlo y describirlo en un mentir sistemático, tenía fijo en su caletre. Ganas sintió de correr por la Cava Baja, a ver si le encontraba, para decirle: «Sr. D. Romualdo, perdóneme si le he inventado.

Con la vieja, lo mismo que con la joven, yo hacerme respetar y dejar bien puesto mi decoro». Ya se proponía contraponer al mirar cargantísimo de aquel punto una ojeada de desprecio, cuando el de los caracoles, vaciado, comido y chupado el último, y puesta la cáscara en su sitio, pagó el gasto; se colocó en los hombros la capa, que se le había caído; encasquetose la gorrilla, y levantándose se fue derecho al desteñido caballero, y con muy buen modo le dijo: «Sr. de Ponte, perdóneme que le haga una pregunta».

La generala, al pronunciar estas palabras en voz baja y reprimida, se había ido animando poco a poco; sus mejillas se habían coloreado fuertemente, y por ellas rodaban, al concluir, dos gruesas lágrimas. Miguel se sintió conmovido. Mucho siento haberla ofendido... ¡Perdóneme usted! No; tienes razón para tratarme así repuso llevándose el pañuelo a los ojos.

Sin responder, Sorege fué hacia la puerta y salió. Cuando hubo desaparecido todos los presentes se sintieron como libres de un enorme peso. Miss Maud se acercó á su padre y le dijo con sonrisa un tanto forzada: Perdóneme usted por haber resistido á sus consejos queriendo casarme con ese personaje. No le había á usted engañado su golpe de vista y había juzgado con acierto.

¡Ay! no diga usted tales cosas exclamó ella, juntando las manos. Perdóneme usted, señora: no lo que me digo. A pesar de todo, usted me consuela, y hallo en su presencia no que grata expansión. No podré nunca olvidar que sólo usted se atrevió á defenderme cuando todos me acusaban. Al decir esto, Lázaro no pudo menos de advertir que la santa dejó caer pesadamente los brazos, y miró al cielo.

¡Perdóneme Dios, por lo que en esta carta miento! dijo la monja cerrándola ; la Inquisición tiene la culpa; para que no me cojan el embuste será necesario avisar á mi prima y á don Francisco, y gastar algunos doblones en la función de desagravios. ¿Quién había de pensar que el cocinero del rey era alguacil, ó familiar, ó espía de la Inquisición?

Jadeante, se volvió a la tía, desafiándola con la mirada iracunda, pero la consternación de la señora debía ser tan grande, pues enmudeció de estupor, que Quilito sintióse conmovido y su cólera se apagó, como si hubieran derramado agua encima. Perdóneme usted, tiíta Silda, soy un miserable, no lo que me digo.

El viejo se excusó, diciendo: Señor, perdóneme Vd. Soy muy pobre y vengo a buscar leña para mantener a mi mujer y a mi hija. 10 ¿Y es hermosa tu hija? dijo el negro. ¡Oh! , señor dijo el viejo; y mucho. Pues bien le dijo el negro, yo te perdono la vida si me das tu hija por esposa; y si no, morirás. Dentro de ocho días te presentarás aquí con la contestación.

Perdóneme usted, amiguita indicó Eponina con bondad , me va usted a estropear el vestido; me lo está usted mojando con sus lágrimas. Me lo quitaré replicó Isidora haciendo un gesto de niña mimosa . Miquis, haz el favor de pasarte a la sala, que me voy a mudar de traje». Alejose un rato el médico. Cuando volvió, ya Isidora había tomado su forma primera.

De los labios no tengo qué decir, porque son tan sutiles y delicados que, si se usaran aspar labios, pudieran hacer dellos una madeja; pero, como tienen diferente color de la que en los labios se usa comúnmente, parecen milagrosos, porque son jaspeados de azul y verde y aberenjenado; y perdóneme el señor gobernador si por tan menudo voy pintando las partes de la que al fin al fin ha de ser mi hija, que la quiero bien y no me parece mal.