Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 9 de mayo de 2025


Vamos a ver, Magdalena me gritó desde el umbral de la puerta, vengo a saber por qué desapareces así de la circulación. ¿Por qué no has ido a casa de Petra ni a la de Paulina?... Te hemos echado mucho de menos... Si supieras cómo nos hemos reído... La de Brenay se cree ya suegra del Barón de Erinois; habla de él con un orgullo extravagante y mima a las chiquillas cuanto puede...

Te vas haciendo muy adulador. Yo no quiero que te rías de , ¿lo oyes? ¡Oh! yo no me río de nadie... pero mucho menos de ti... repuso él sin levantar los ojos del papel, con voz cada vez más baja y visiblemente conmovido. Venturita tenía siempre los ojos fijos en él con una expresión maliciosa, donde se leía claramente el triunfo del orgullo satisfecho.

Y nuestras abuelas no sentían los estremecimientos que produce el aire al calar nuestros huesos. El diablo de la moda las hacía resistentes al frío, al viento colado, a la intemperie; porque el diablo, junto con un traje para congelarnos, nos da la calefacción del orgullo, de la satisfacción, del íntimo contentamiento de ir peripuestas con arreglo a los últimos cánones y pragmáticas del lujo.

Despertó la Gorgheggi sonriente, sin dolor de muelas; agradeció a su Bonis que velara su sueño como el de un niño; y la dulzura de sentirse bien, con la boca fresca, harta de dormir, la puso tierna, sentimental, y al fin la llevó a las caricias. Mas fueron suaves; mezcladas de diálogos largos, razonables; no se parecían a las ardientes prisiones en que se convertían sus abrazos en otro tiempo. «Así, pensaba Reyes, debieran ser las caricias de mi esposa». Serafina se había acostumbrado a su inocente Reyes y a la vida provinciana de burguesa sedentaria a que él la inclinaba, y a que daban ocasión su larga permanencia en aquella pobre ciudad y la huelga prolongada. Se iban desvaneciendo las últimas esperanzas de brillar en el arte, y Serafina pensaba en otra clase de felicidad. La falta de ensayos y funciones, la ausencia del teatro, le sabía a emancipación, casi casi a regeneración moral: como las cortesanas que llegan a cierta edad y se hacen ricas aspiran a la honradez como a un último lujo, Serafina también soñaba con la independencia, con huir del público, con olvidar la solfa y meterse en un pueblo pequeño a vegetar y ser dama influyente, respetada y de viso. Ya iba conociendo la vida de aquella ciudad, que despreciaba al principio; ya le interesaban las comidillas de la murmuración; hacía alarde de conocer la vida y milagros de ésta y la otra señora, y un día tuvo un gran disgusto porque Bonis no consiguió que se la invitara el Jueves Santo a sentarse en cualquier parroquia en la mesa de petitorio. Cantó una noche, con Mochi y Minghetti, en la Catedral, y sintió orgullo inmenso. Le andaba por la cabeza un proyecto de gran concierto a beneficio del Hospital o del Hospicio. A Mochi no le cayó en saco roto la idea; pero le torció el rumbo. Un gran concierto, , pero no a beneficio de los pobres, sino a beneficio de los cantantes, restos del naufragio de la compañía. Se dio a Minghetti, el barítono, noticia del proyecto, y le pareció magnífico.

No puedo ocultarme por más tiempo que hay en ella un principio de desorden que ya está produciendo notables desequilibrios, el cual desorden se halla sostenido, á no dudarlo, por un predominio nocivo del pensamiento sobre las otras facultades interiores. ¡Y cuán cierto es que el cultivo exclusivo del pensamiento conduce al orgullo!

Ella le había visto matar varias veces, y se acordaba con exactitud de los principales incidentes. Gallardo sintió orgullo al pensar que aquella mujer le había contemplado en tales instantes y aún guardaba fresco el recuerdo en su memoria. Había abierto una caja de laca con extrañas flores, y ofreció a los dos hombres cigarrillos de boquilla de oro, que exhalaban un perfume punzante y extraño.

Siempre que hacía algo en beneficio de ella, el pobre señor se crecía y se hinchaba; que hay muchas especies de orgullo. Iban silenciosamente por la calle, él delante, ella detrás, porque la estrechez de las aceras no les permitía caminar juntos. Cuando llegaron, Melchor estaba en casa.

Es hombre insensible a la emoción estética, que fabrica sus versos como un jornalero: un albañil, por el cascote; un picapedrero, por su ritmo monótono, que parece que agita adoquines dentro de un cubo en vez de lapidar las piedras preciosas de las bellas rimas. El mal poeta tiene un orgullo satánico.

Fijaros más bien en esos muchachos pobres que llegan del interior, de los rincones provincianos, a estudiar en las Facultades de la capital, haciendo su carrera en medio de las mayores estrecheces, librados exclusivamente a su esfuerzo propio. Esos tienen porvenir; esos serán algo, y podréis sentir el orgullo de ir colgadas del brazo de verdaderos hombres.

¿Aquí es donde vive usted, querido tiburón?... Déjeme que lo vea todo, que lo registre todo. Me interesa lo suyo: no dirá ahora que no le quiero. ¡Qué orgullo para el capitán Ferragut! Las señoras vienen á buscarle en su buque... Interrumpió su parloteo irónico y amoroso para defenderse suavemente del marino.

Palabra del Dia

primorosos

Otros Mirando