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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Con tales pensamientos, el patriotismo no era para más que el orgullo de pertenecer a aquella casta de matadores de moros.

Maltrana pensaba en las altas horas de la noche, horas de misterio y de silencio, cuando todos estos armatostes de madera o junco, ventrudos, echados atrás con orgullo y ostentando la fe de bautismo en lo alto de la testa, se quedaban solos bajo la fría luz de las ampollas eléctricas, teniendo enfrente las tinieblas del mar.

El coronel recibió el encargo de echar abajo los muros feudales, construyendo Villa-Sirena de acuerdo con los gustos del príncipe. Este odiaba las resurrecciones arquitectónicas. No podía sufrir ciertos edificios que pretenden copiar la Alhambra, los palacios de Florencia ó las construcciones ordenadas y solemnes de Versalles, para orgullo de sus propietarios.

Las cartas originales existentes en la Biblioteca Nacional de París, cuyas copias acompañan á la presente exposición, conservan el sello de lacre en que distintamente se ve el laberinto cerrado y el Minotauro con el dedo en la boca; emblemas que los señores ingleses atribuyeron al orgullo y el peligro de sus funestos amores; simbolismo apropiado á quien hacía del misterio condición utilitaria.

¿Por qué lloras, hijo? le preguntó la señora compadecida . ¡Si has declamado muy bien! ¿No has sacado premio? Púsose el niño muy encarnado y, levantando la cabeza con infantil orgullo, contestó mostrando los que junto a tenía: Cinco... y dos excelencias... Digo... ¿Cinco premios y todavía lloras?... El niño no contestó; bajó la cabeza como avergonzado, y de nuevo corrieron sus lágrimas.

Tanto más, cuanto que Soledad comenzaba á ser festejada y requebrada de cuantos á su lado cruzaban, jóvenes ó viejos. Era el recreo de los ociosos que acudían á la hora del crepúsculo á ver salir las costureras de sus talleres, el orgullo de su familia y la envidia de las compañeras.

Ni lo uno ni lo otro, tía Liette respondió Carlos en un relámpago de orgullo. Liette no insistió, y después de rozar su mejilla con un beso maternal, se retiró sin decir una palabra. Pero la bujía temblaba en su mano y las gotas de cera caían a su paso, pesadas y cálidas como lágrimas.

Hermoso fue tu primer día, ¡oh, siglo! Procura que sea lo mismo el último. Ya avanzada la noche, corrió un rumor por las tribunas. Los regentes iban a jurar, obligados a ello por las Cortes. Era aquello el primer golpe de orgullo de la recién nacida soberanía, anhelosa de que se le hincaran delante los que se conceptuaban reflejo del mismo Rey.

Por otra parte, el orgullo del señor de Maurescamp, inspirándole bien, le hizo aceptar la espada sin trepidación, cualesquiera que fuesen las consecuencias. Fue resuelto que el encuentro se verificase a la mañana siguiente a las diez, en un claro del bosque de Marnes, contiguo a la Venerie, porque no pareció conveniente hacerlo en los mismos dominios del barón de Maurescamp.

Una noche entró en casa muy enfurruñado, trincó una maleta pequeña, llenola de ropa, pidió a Fortunata todo el dinero que tenía y dijo que iba al Escorial. Escorial fue, que no ha vuelto a parecer. Lo demás bien lo sabía Maximiliano... El sucesor de Camps había sido él, y ya se le conocía en cierto resplandor de sus ojos el orgullo que la herencia le produjera.

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