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Era gran cazador, y en Venerie había mucha caza, lo que le había determinado a comprar aquel dominio, para no tener que alquilar cacería por un lado o por otro, todos los años.

Por otra parte, el orgullo del señor de Maurescamp, inspirándole bien, le hizo aceptar la espada sin trepidación, cualesquiera que fuesen las consecuencias. Fue resuelto que el encuentro se verificase a la mañana siguiente a las diez, en un claro del bosque de Marnes, contiguo a la Venerie, porque no pareció conveniente hacerlo en los mismos dominios del barón de Maurescamp.

A más de los huéspedes habituales del castillo, el señor de Maurescamp invitaba de tiempo en tiempo a las cacerías de la Venerie, a algunos oficiales de la guarnición de Compiègne, a quienes había conocido en París, en las cacerías de los bosques. Entre estos oficiales, que eran casi todos de la mejor sociedad, había uno que hacía excepción, y que todos se admiraban verlo admitido en la Venerie.

Durante la última semana de la permanencia del joven en la Venerie, los síntomas de la loca pasión de Juana se revelaban cada vez más a las miradas curiosas de los celosos que la observaban.

En cambio, la señora de Maurescamp había concebido por el joven, desde la primera vez que le vio, la más grande antipatía, la que no se cuidaba de disimular. Fue, pues, con disgusto que le vio instalarse por tres semanas en la Venerie, en los primeros días de noviembre, pues hasta entonces, sólo había asistido a las comidas o al almuerzo con motivo de la caza.

La equitación, la caza, el ballar, el baile, eran entonces sus pasiones favoritas. Seguía a caballo las cacerías en los bosques de Compiègne, a pie las cacerías de tiro en los bosques de la Venerie y por la noche era una valsante infatigable.

Había ido a instalarse por aquélla noche en el hotel más próximo a la Venerie. Siendo inevitable un duelo, dos oficiales de su regimiento, que habían asistido también a la comida, se pusieron inmediatamente de acuerdo con los señores de Hermany y de la Jardye, que debían ser nuevamente los padrinos del barón.

Algunos días después fueron a instalarse al castillo de la Venerie, donde la presencia de los invitados debía evitarles el disgusto de las largas conversaciones.

Seis meses después, a mediados de octubre del mismo año de 1877, nos hallamos con el señor y la señora de Maurescamp, instalados maritalmente en la Venerie, magnífica propiedad situada entre Creil y Compiègne, cuya adquisición la había hecho el señor de Maurescamp diez y ocho meses antes.