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Actualizado: 9 de mayo de 2025
En cuanto a la segunda, tenía demasiado orgullo para no despreciar el odio de una sirviente envidiosa, por más que no lo sospechase. Pero su situación en aquel instante era crítica. No podía entrar en la sala sin dar a conocer a su tío que había oído la conversación: esto le avergonzaba y avergonzaría aún más al cura.
Valentín les miraba sin orgullo ni cortedad, inocente y dueño de si, como Cristo niño entre los doctores.
Las dos estaban de rodillas y apoyadas en las manos, y en aquella actitud, semejante en algo á la de las esfinges, las dos arpías, revelando con intempestivo vigor sus encontradas pasiones, eran como bestias feroces. Después de un rato de silencio, en que todas las fuerzas de la envidia humana se midieron de una mirada con todas las fuerzas del orgullo, la pantera dijo á la foca: ¡Esto es mío!
Vagos, confusos al principio, los novelescos pormenores reaparecieron en forma de emoción más que de imagen, hasta recobrar, por fin, su nitidez y su ordenamiento, guiados por el orgullo. Veíase de nuevo saltando la ventana, descorriendo el tapiz y caminando luego a tientas, en dirección a la cuadra del baño, con el estoque tendido en la sombra.
Tal vez esta severidad, más que propia, fuera atribuida y supuesta por los que conocían sus obras, pues en aquella época ya habían salido a luz las principales odas, las tragedias y algunas de las <i>Vidas</i>; Píndaro, Tirteo y Plutarco a la vez, estaba orgulloso de su papel, y este orgullo se le conocía en el trato.
¿La amaba usted? Sí. Sus lágrimas se habían detenido, su mirada expresaba el orgullo y la alegría, una altiva felicidad. Sí; con un amor que puede ser confesado, alta la frente, delante de cualquiera. ¿Por qué lo habría de negar? ¿Y ella le amaba a usted? ¡Sí!... Y el mundo no sabe, jamás sabrá, lo que fue nuestro amor. El mundo es triste, y a poco andar la vida lo amarga todo.
No tengo ni orgullo ni confianza, lo sabes tan bien como yo. No soy yo el que quiere: es, como dices tú, la situación la que se me impone. No está en mi mano impedir lo que es, no puedo prever lo que debe ser. Me quedo en donde estoy, sobre un peligro, porque me está prohibido irme a otra parte. No amar a Magdalena, me es imposible; amarla de otro modo tampoco puedo.
El espíritu humano no ha nacido para contemplarse á sí propio, para pensar que piensa; los afectos no le han sido concedidos para objetos de reflexion, sino como impulsos que le llevan á donde es llamado; el objeto principal de su inteligencia y de su amor es el ser infinito así en esta vida como en la otra. El culto de sí propio es una aberracion del orgullo cuya pena son las tinieblas.
No es el arte, no es la arquitectura, no es la forma, no es la magnitud lo que nos llama en ese monumento emblemático; es la religion, el misterio, el espíritu. Aquello es un arco; esto es una plegaria. Aquello es un trofeo; esto es un enigma. Allí admiro el orgullo de un hombre. Aquí venero el arcano de una esperanza.
Únicamente cree en Dios y le teme en la hora de la suprema cobardía, cuando la muerte le abre la obscuridad sin fondo de la nada, y él, en su orgullo de bestia racional, se subleva contra la completa supresión de su ser. Quiere que su alma sea inmortal, y acepta las fantasías religiosas de cielos e infiernos.
Palabra del Dia
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