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Actualizado: 20 de mayo de 2025


11 El trato muda costumbres, de D. Antonio Mendoza. 12 Con quien vengo, vengo, de D. Pedro Calderón. 1 No guardas tu secreto, de D. Pedro Calderón. 2 Juan Latino, de D. Diego Jiménez de Enciso. 3 Celos, amor y venganza, de Luis Vélez de Guevara. 4 La firme lealtad, de Diego de Solís. 5 La sentencia sin firma, de Gaspar de Ávila. 6 Fingir lo que puede ser, de D. Ramón Montero de Espinosa.

El vaquero Emperador, anónima, licencia de 1672. Pachecos y Palomeques, de D. José Antonio García de Prado, licencia de 1674. El mejor maestro Amor, de D. Manuel González de Torres, licencia de 1683. Amar sin favorecer, de Román Montero, 1660. Casarse sin hablarse, anónima, licencia de 1641. Vida y muerte de San Blas, de Francisco de Soto, licencia de 1641.

Completaban la pandilla la señora de un Montero de Espinosa, las de dos jefes de oficio, la de un oficial de la Secretaría Particular, la del director de las Reales Mesas, la del jefe del Guardarropa del Rey.

El padre Aliaga estaba inclinado hacia la chimenea, arreglando los tizones y pidiendo á Dios que el montero de Espinosa callase, porque no se atrevía á imponerle silencio ni con una seña. Sin saber por qué, no quería dar una muestra de desconfianza al bufón. Esperaba mucho de aquel hombre, y lo esperaba de una manera instintiva.

Sonaban las tres, cuando el Padre Montero y yo, empezamos a recorrer el salón de cabildos, las sacristías mayor y menor, la clavería, el camarín de Nuestra Señora de las Rosas, el vestuario y demás dependencias.

Este ambiente abogadil de intrigas constantes y de habilidades pequeñas no puede ser más a propósito para la formación del político español. De él salió Montero Ríos, su representante máximo, con toda esa caterva de hijos, sobrinos, yernos, amigos y contertulios que nos mangonean todavía...

No me dejarán reposar; ni aun cuando rezo estoy seguro: vamos, Lerma, vamos: y espera aquí dijo el rey al montero mayor. Felipe III y su secretario universal se encerraron. Veamos de qué se trata dijo el rey con el empacho que le causaban todos los negocios. Del asunto de doña Clara Soldevilla.

Era no menos que montero de Espinosa del rey. A pesar de la ruda franqueza de su semblante, de formas pronunciadas y de grandes ojos negros, se comprendía en aquellos ojos que era astuto, perspicaz, y sobre todo arrojado y valiente, sin dejarse de notar por eso en ellos ciertas chispas de prudencia; vestía una especie de coleto verde galoneado de oro; en vez de daga llevaba á la cintura un largo puñal, al costado una formidable espada de gavilanes, calzas de grana, zapatos de gamuza, y sobre todo esto, una especie de loba ó sobretodo, ancho, con honores de capa.

Vino a posarse de nuevo sobre el barandal del balcón. ¡, estaba allí el Papagayo de Huichilobos, al alcance de nuestras manos, y no osábamos tocarlo! Contuvimos la respiración y no nos movimos durante largo espacio de tiempo, fascinados por el inesperado suceso. Con no qué supremo esfuerzo de la voluntad, el Padre Montero súbitamente procuró apresarlo.

Tomé un bocado al rayar el día, en el ventorrillo de Dunán.... Pero allí dejé también la última moneda que me quedaba y por eso necesito llegar esta misma noche á Corvalle, donde nada me faltará. ¡Si vierais á mi hijo, tan arrogante, tan generoso! Olvido mis tribulaciones al figurármelo con su verde sayo de montero, bordadas sobre el pecho las armas del rey.

Palabra del Dia

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