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Actualizado: 10 de octubre de 2025
De pie en la acera, meditabundo, enfrente del silencioso edificio, míster Robert pensaba que no es otro el destino del trabajo honrado, en lucha abierta con el agio: el interés los une en apretada cadena, y es tal la solidez de sus eslabones, y tal el engranaje de la máquina, que el que cae, arrastra a los demás que le siguen, envolviendo a todos en la propia ruina. ¿Y las fatigas y los desvelos del que sembró su semilla, cuidó su germinación, se recreó en la florescencia y se preparó a recoger el fruto apetecido? ¡Quién sabe! él era de los que van poco a poco, por la recta de la honradez, enemigo de las curvas del mercantilismo, y quizá en el nublado que se aproximaba, cayera también, víctima inocente de ajenos errores. ¿Qué sería entonces de su pobre familia? ¿sembraría nueva semilla, sin temor de que las bestias del vecino pisotearan su sembrado y le arruinaran una vez más?
Hasta el caballo, meditabundo, inmóvil, le pareció que comprendía y respetaba su emoción. ¡Raíces! ¡Su hijo! ¡La fe! Su fe de ahora era su hijo. Lo pasado, muerte, corrupción, abdicación, errores... olvido. ¿Qué había sido su propia existencia?
Su familia logró que estudiase leyes, y en pocos años ganó fama de excelente abogado, pero la vocación natural pudo más en él, y dejó la curia para hacerse el poeta famoso de los comediantes. Alfieri demostró cualidades extraordinarias desde la juventud. De niño era muy endeble, como muchos poetas precoces, y en extremo meditabundo y sensible.
Usté, sin saberlo, y por consecuencia de aquellos manejos de hace años, ha sido el Deus ex machina de este día, el día más feliz de nuestra vida, de don Pedrito, de Angustias, de Belarmino y mía. Así es comentó Belarmino. Y en seguida, meditabundo . ¿Cuánto durará? Lo que nos resta de vivir afirma Apolonio, accionando con rotundidad escénica. Y le muestran a Felicita los telegramas.
¡Ya veremos! contestó Maurescamp con bastante sequedad. Juana había asistido aquella mañana, como tenía por costumbre, a la lección de esgrima. Al salir notábase en ella un aire grave y meditabundo que no le era habitual desde que había empezado su nueva existencia. Todo el día estuvo pensativa. A la mañana siguiente, no faltó a la cita.
Al arrojar la cerilla en el suelo, esta cayó encendida, y Fortunata la miró con vivo interés, recordando una de las supersticiones que le habían enseñado en su juventud. «Cuando la cerilla cae prendida se dijo y con la llama vuelta para una, buena suerte». Maxi entró cansado y meditabundo; pero al ver a su mujer se puso alegre. ¡Todo un día sin verla!
Al oír estas palabras bajó Antoñita los ojos con aire triste y meditabundo, mientras el doctor decía con viveza. Cabalmente de eso estábamos hablando a tu llegada, Amaury. Sería para mí la dicha más grande verla ante de abandonar este mundo, feliz y amada en casa de un esposo amante y digno de ella. Vamos a ver, Amaury, ¿no conoces a alguno que pudiese llenar este fin?
Tornó a rascarse la perilla, suspenso y meditabundo, como el que persigue la solución de un problema muy intrincado. Sus agudísimas facultades intelectuales estaban todas en ejercicio. Pero no daba con el cabo de la madeja. Al caso insistió el gobernador . De lo que se trata es de que no nos derroten vergonzosamente. El candidato es primo del ministro; hemos respondido de la elección.
El príncipe está apoyado en una balaustrada sobre las terrazas y el puerto. Su paseo meditabundo le ha traído hasta aquí sin que él se diese cuenta. Vuelve la espalda al mar y á los grupos que empiezan á aclararse abajo, después de terminado el concierto. Pasan cerca de él los músicos americanos, seguidos por un enjambre de chicuelos que acompañan su retirada.
¡Perdonar! veré si perdono dijo Quevedo adelantando, meditabundo, en la habitación donde le habían dejado encerrado ; ¡esperar! sí... tal vez... espero... espero... he entrado con buena suerte en Madrid... y vamos... sí... yo no creía... me ha puesto de buen humor esta pobre condesa, y he encontrado á ese noble joven por quien únicamente vengo á Madrid. ¡Casualidades! una mujer que puede servirme, un joven á quien tengo el deber de servir, y una carta que no sé lo que contiene, pero que veré leer; y ver leer, cuando se sabe ver, es lo mismo que leer ó mejor... ¡pues bien, mejor! y la tapada que ha acompañado ese valiente Juan... y las estocadas de ese caballero con don Rodrigo Calderón... ¡enredo! ¡enredo! ¡y del enredo dos cabos cogidos! esta misma espera me ayuda; esperemos, pero esperemos pensando.
Palabra del Dia
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