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Actualizado: 16 de julio de 2025


Los mismos que decían esto habían acabado por designarlas con un mote. Las señoritas de Maxeville fueron en adelante «las vírgenes locas». Todo resultaba exacto en este apodo, el defecto y la cualidad. Nadie ponía en duda su locura, ni lo otro.

Idea tuvo de arrojarse del coche, y a pie, a todo correr, volver furioso al Vivero a sorprender «lo que el presentimiento le daba por seguro, lo que no había pasado tal vez en el bosque, pero lo que estaría pasando en la casa... entre aquellos borrachos disimulados y aquellas damas lascivas, locas y encubridoras...».

Pero él seguía dando paseos. Estaba nervioso, incomodado consigo mismo. Mitológicamente hablando, se mordía su propia cola. «Estas mujeres locas murmuró gruñendo , si comprendieran su interés; si supieran apreciar lo que valen las relaciones con una persona decente... Isidora, aguarda, oye la voz de un amigo.

El culpable y el responsable de lo que aquí pasa, es usted y sólo usted; sus locas jugadas de Bolsa, sus francachelas, sus inconsecuencias, es la casa quien lo ha pagado y si la casa ha perdido su crédito, se lo debe a usted y sólo a usted.

Hablaba a tontas y a locas, con voz temblorosa y jadeante. ¡Bondad divina!... decía. Dios os guarde, señores; reconózcanme como un nuevo servidor. ¿Acaso está permitido ponerse de esta manera? ¡Esto es una mutilación, demasiado bien lo veo! Decididamente, ya es tarde para tratar de reconciliaros: el mal no tiene remedio, ya está hecho. ¡Ah, señores, señores! ¡la juventud jamás dejará de ser joven!

Para ella, en el caso que se le acababa de presentar, en vez de no caber en un saco, el provecho no podía ser sin la honra, y la honra tenía que producir naturalmente el provecho. Si Juanita se dejaba camelar a tontas y a locas, se exponía a dar al traste con su reputación y a ser el blanco de las más feroces murmuraciones y a perder siempre la esperanza de hallar un buen marido.

Un ruiseñor volaba infatigable de plaza en plaza, teniendo por bosques las ciudades, y su música divina volvía locas a las gentes, haciéndolas pedir a gritos la República... pero Federal, ¿eh?... Federal o nada.

¡Entonces!... ¿Cómo puedes permanecer así, plácida e indiferente?... ¿No tienes fe? ¡Oh! mamá querida... Asustada por la exaltación de su madre, Liette se esforzaba en vano por calmarla. En aquella pobre cabeza agotada sonaban todos los cascabeles de sus locas quimeras. La anciana divagaba con delicia y hablaba del matrimonio, de la ceremonia, de los trajes...

Por un lado el movimiento y el ruido de la playa, el murmullo cadencioso de las olas, las canciones de las lavanderas al depositar la ropa en las rocas, las risotadas de los bañistas y las locas carreras en la marea baja por la inmensa sábana de arena franjeada de plata; y por el otro la calma y el reposo de los campos, las frondosas laderas y el camino solitario en el que raros transeúntes ponían una sombra de vida, mientras que la capilla con sus muros grisáceos, su puerta baja y sus barrotes en cruz, parecía, al contrario, un monumento funerario.

Ello es, que estas locas imaginaciones, ayudadas de los desvelos de enfermera, y acaso de alguna otra causa, marchitaban la tez de Lucía y alteraban su antes regocijado y apacible genio.

Palabra del Dia

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