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Actualizado: 18 de junio de 2025
LEONOR. No, Manrique, por mi vida. ¿Me buscáis a mí, es verdad? Sí, sí... yo apenas pudiera tanta ventura creer. ¿Lo ves? Lloro de placer. MANRIQUE. ¿Quién, perjura, te creyera! LEONOR. ¿Perjura? MANRIQUE. Mil veces, sí... Mas no pienses que insensato a obligar a un pecho ingrato, a implorarte vine aquí. No vengo lleno de amor cual un tiempo... LEONOR. ¡Desdichada! MANRIQUE. ¿Tembláis?
Pertenecía a una familia tan ilustre como la de su marido, con la cual estaba estrechamente emparentada. Leonor y Carlos se habían querido casi desde su infancia, con aquel afecto verdaderamente español, profundo y constante, que ni se cansa ni se enfría. Se habían casado muy jóvenes. A los dieciocho años, Leonor dio una niña a su marido, el cual tenía veintidós a la sazón.
La duquesa cedió, siguiendo el dictamen de su confesor; pero lloró amargamente, impulsada por un doble motivo. Recibió, pues, a María con excesiva circunspección; con una reserva fría, pero urbana. Leonor, que vivía según sus propensiones tranquilas, muy retirada, no recibía, sino pocas visitas, la mayor parte de parientes; los demás eran sacerdotes y algunas otras personas de confianza.
Se dejan ver algunas religiosas en el locutorio; la puerta que está al lado de la reja se abre, y aparece LEONOR apoyada del brazo de JIMENA; las rodean algunos sacerdotes y religiosas LEONOR. ¡Jimena! JIMENA. Al fin abandonas a tu amiga. LEONOR. Quiera el cielo hacerte a ti más feliz, tanto como yo deseo. JIMENA. ¿Por qué obstinarte?
Nuño tiene dos hermanas famosas por su belleza, y la mayor, llamada Leonor, es la prometida de Iñigo. Leonor se ha quejado en algunas ocasiones de la vergüenza, que recae sobre los españoles en sufrir que se entreguen á los infieles mujeres cristianas.
Su alteza, acompañado de su tercera mujer, la reina Doña Leonor, hermana del César Carlos V, con más ricas y pomposas galas que nunca y circundado de brillante y vistosa comitiva, había acudido a la iglesia para presenciar la ceremonia religiosa y darle mayor lustre.
Las relaciones de Isidora con las hijas de su padrino, si cordiales al principio de la vida común, fueron enfriándose poco a poco. Isidora no disimulaba bien su idea de la inferioridad de Emilia y Leonor, ya en posición social, ya en hermosura, buen gusto y maneras de presentarse.
LEONOR. Duerme tranquilo, mientras rugiendo atroz sobre tu frente rueda la tempestad, mientras llorosa tu amante criminal tiembla azorada. ¿Cuál es mi suerte? ¡Oh Dios! ¿Por qué tus aras ilusa abandoné? La paz dichosa que allí bajo las bóvedas sombrías feliz gozaba tu perjura esposa... ¿Esposa yo de Dios?
MANRIQUE. ¡Ángel mío! LEONOR. Huyamos, sí... ¿No ves allí en el claustro una sombra?... ¡Gran Dios! MANRIQUE. No hay nadie, nadie... fantástica ilusión. LEONOR. ¡Ven, no te alejes; tengo un miedo! No, no... te han visto... vete... pronto, vete por Dios... mira el abismo bajo mis pies abierto; no pretendas precipitarme en él.
Pues claro está; 2450 Que es muy honrada Leonor, Aunque pide más caudal La talega de la sal, Que anda el tiempo á el rededor. Mas queriendo el Conde bien 2455 Á doña Ana, por Leonor Os hará siempre favor, Y ella ayudará también De su parte á vuestra casa. Pues con eso pasaremos. 2460 ¿Quién queréis que convidemos? No lo excusa quien se casa.
Palabra del Dia
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